En esta oportunidad se extractan los principios
esenciales de lo que él consideró los saberes imprescindibles
que deberá afrontar el sistema educativo para constituirse
en relevante y significativo , esos saberes son:
1. Una educación que cure la ceguera
del conocimiento.
Todo conocimiento conlleva el riesgo del error y de la ilusión.
La educación del futuro debe contar siempre con esa posibilidad.
El conocimiento humano es frágil y está expuesto
a alucinaciones, a errores de percepción o de juicio, a
perturbaciones y ruidos, a la influencia distorsionadora de los
afectos, al imprinting de la propia cultura, al conformismo, a
la selección meramente sociológica de nuestras ideas,
etc.
Se podría pensar, por ejemplo que, despojando de afecto
todo conocimiento, eliminamos el riesgo de error. Es cierto que
el odio, la amistad o el amor pueden enceguecernos, pero también
es cierto que el desarrollo de la inteligencia es inseparable
del de la afectividad. La afectividad puede oscurecer el conocimiento
pero también puede fortalecerlo.
Se podría también creer que el conocimiento científico
garantiza la detección de errores y milita contra la ilusión
perceptiva. Pero ninguna teoría científica está
inmunizada para siempre contra el error. Incluso hay teorías
y doctrinas que protegen con apariencia intelectual sus propios
errores.
La primera e ineludible tarea de la educación es enseñar
un conocimiento capaz de criticar el propio conocimiento. Debemos
enseñar a evitar la doble enajenación: la de nuestra
mente por sus ideas y la de las propias ideas por nuestra mente.
"Los dioses se nutren de nuestras ideas sobre Dios, pero
inmediatamente se tornan despiadadamente exigentes". La búsqueda
de la verdad exige reflexibilidad, crítica y corrección
de errores. Pero, además, necesitamos una cierta convivencialidad
con nuestras ideas y con nuestros mitos. El primer objetivo de
la educación del futuro será dotar a los alumnos
de la capacidad para detectar y subsanar los errores e ilusiones
del conocimiento y, al mismo tiempo, enseñarles a convivir
con sus ideas, sin ser destruidos por ellas.
2. Una educación que garantice el conocimiento pertinente.
Ante el aluvión de informaciones es necesario discernir
cuáles son las informaciones clave. Ante el número
ingente de problemas es necesario diferenciar los que son problemas
clave. Pero, ¿cómo seleccionar la información,
los problemas y los significados pertinentes? Sin duda, desvelando
el contexto, lo global, lo multidimensional y la interacción
compleja.
Como consecuencia, la educación debe promover una "inteligencia
general" apta para referirse al contexto, a lo global, a
lo multidimensional y a la interacción compleja de los
elementos. Esta inteligencia general se construye a partir de
los conocimientos existentes y de la crítica de los mismos.
Su configuración fundamental es la capacidad de plantear
y de resolver problemas.
Para ello, la inteligencia utiliza y combina todas las habilidades
particulares. El conocimiento pertinente es siempre y al mismo
tiempo general y particular. En este punto, Morin introdujo una
"pertinente" distinción entre la racionalización
(construcción mental que sólo atiende a lo general)
y la racionalidad, que atiende simultáneamente a lo general
y a lo particular.
3. Enseñar la condición
humana.
Una aventura común ha embarcado a todos los humanos de
nuestra era. Todos ellos deben reconocerse en su humanidad común
y, al mismo tiempo, reconocer la diversidad cultural inherente
a todo lo humano. Conocer el ser humano es situarlo en el universo
y, al mismo tiempo, separarlo de él. Al igual que cualquier
otro conocimiento, el del ser humano también debe ser contextualizado:
Quiénes somos es una cuestión inseparable de dónde
estamos, de dónde venimos y a dónde vamos. Lo humano
es y se desarrolla en bucles: a) cerebro- mente- cultura b) razón
- afecto - impulso c) individuo - sociedad -especie. Todo desarrollo
verdaderamente humano significa comprender al hombre como conjunto
de todos estos bucles y a la humanidad como una y diversa. La
unidad y la diversidad son dos perspectivas inseparables fundantes
de la educación. La cultura en general no existe sino a
través de las culturas. La educación deberá
mostrar el destino individual, social, global de todos los humanos
y nuestro arraigamiento como ciudadanos de la Tierra. Éste
será el núcleo esencial formativo del futuro.
4. Enseñar la identidad terrenal.
La historia humana comenzó con una dispersión, una
diáspora de todos los humanos hacia regiones que permanecieron
durante milenios aisladas, produciendo una enorme diversidad de
lenguas, religiones y culturas. En los tiempos modernos se ha
producido la revolución tecnológica que permite
volver a relacionar estas culturas, volver a unir lo disperso...
El europeo medio se encuentra ya en un circuito mundial del confort,
circuito que aún está vedado a tres cuartas partes
de la humanidad. Es necesario introducir en la educación
una noción mundial más poderosa que el desarrollo
económico: el desarrollo intelectual, afectivo y moral
a escala terrestre.
La perspectiva planetaria es imprescindible en la educación.
Pero, no sólo para percibir mejor los problemas, sino para
elaborar un auténtico sentimiento de pertenencia a nuestra
Tierra considerada como última y primera patria. El término
patria incluye referencias etimológicas y afectivas tanto
paternales como maternales. En esta perspectiva de relación
paterno- materno- filial es en la que se construirá a escala
planetaria una misma conciencia antropológica, ecológica,
cívica y espiritual. "Hemos tardado demasiado tiempo
en percibir nuestra identidad terrenal", dijo Morin citando
a Marx ("la historia ha progresado por el lado malo")
pero manifestó su esperanza citando en paralelo otra frase,
en esta ocasión de Hegel: "La lechuza de la sabiduría
siempre emprende su vuelo al atardecer."
5. Enfrentar las incertidumbres.
Todas las sociedades creen que la perpetuación de sus modelos
se producirá de forma natural. Los siglos pasados siempre
creyeron que el futuro se conformaría de acuerdo con sus
creencias e instituciones. El Imperio Romano, tan dilatado en
el tiempo, es el paradigma de esta seguridad de pervivir.
Sin embargo, cayeron, como todos los imperios anteriores y posteriores,
el musulmán, el bizantino, el austrohúngaro y el
soviético. La cultura occidental dedicó varios siglos
a tratar de explicar la caída de Roma y continuó
refiriéndose a la época romana como una época
ideal que debíamos recuperar. El siglo XX ha derruido totalmente
la predictividad del futuro como extrapolación del presente
y ha introducido vitalmente la incertidumbre sobre nuestro futuro.
La educación debe hacer suyo el principio de incertidumbre,
tan válido para la evolución social como la formulación
del mismo por Heisenberg para la Física. La historia avanza
por atajos y desviaciones y, como pasa en la evolución!
biológica, todo cambio es fruto de una mutación,
a veces de civilización y a veces de barbarie. Todo ello
obedece en gran medida al azar o a factores impredecibles.
Pero la incertidumbre no versa sólo sobre el futuro. Existe
también la incertidumbre sobre la validez del conocimiento.
Y existe sobre todo la incertidumbre derivada de nuestras propias
decisiones. Una vez que tomamos una decisión, empieza a
funcionar el concepto ecología de la acción, es
decir, se desencadena una serie de acciones y reacciones que afectan
al sistema global y que no podemos predecir. Nos hemos educado
aceptablemente bien en un sistema de certezas, pero nuestra educación
para la incertidumbre es deficiente. En el coloquio, respondiendo
a un educador que pensaba que las certezas son absolutamente necesarias,
Morin matizó y reafirmó su pensamiento: "existen
algunos núcleos de certeza, pero son muy reducidos.
Navegamos en un océano de incertidumbres en el que hay
algunos archipiélagos de certezas, no viceversa."
6. Enseñar la comprensión.
La comprensión se ha tornado una necesidad crucial para
los humanos. Por eso la educación tiene que abordarla de
manera directa y en los dos sentidos: a) la comprensión
interpersonal e intergrupal y b) la comprensión a escala
planetaria. Morin constató que comunicación no implica
comprensión.
Ésta última siempre está amenazada por la
incomprensión de los códigos éticos de los
demás, de sus ritos y costumbres, de sus opciones políticas.
A veces confrontamos cosmovisiones incompatibles. Los grandes
enemigos de la comprensión son el egoísmo, el etnocentrismo
y el sociocentrismo. Enseñar la comprensión significa
enseñar a no reducir el ser humano a una o varias de sus
cualidades que son múltiples y complejas. Por ejemplo,
impide la comprensión marcar a determinados grupos sólo
con una etiqueta: sucios, ladrones, intolerantes. Positivamente,
Morin ve las posibilidades de mejorar la comprensión mediante:
a) la apertura empática hacia los demás y b) la
tolerancia hacia las ideas y formas diferentes, mientras no atenten
a la dignidad humana.
La verdadera comprensión exige establecer sociedades democráticas,
fuera de las cuales no cabe ni tolerancia ni libertad para salir
del cierre etnocéntrico. Por eso, la educación del
futuro deberá asumir un compromiso sin fisuras por la democracia,
porque no cabe una comprensión a escala planetaria entre
pueblos y culturas más que en el marco de una democracia
abierta.
7. La ética del género humano.
Además de las éticas particulares, la enseñanza
de una ética válida para todo el género humano
es una exigencia de nuestro tiempo. Morin presenta el bucle individuo
- sociedad - especie como base para enseñar la ética
venidera.
En el bucle individuo- sociedad surge el deber ético de
enseñar la democracia. Ésta implica consensos y
aceptación de reglas democráticas. Pero también
necesita diversidades y antagonismos. El contenido ético
de la democracia afecta a todos esos niveles. El respeto a la
diversidad significa que la democracia no se identifica con la
dictadura de la mayoría.
En el bucle individuo - especie Morin fundamenta la necesidad
de enseñar la ciudadanía terrestre. La humanidad
dejó de ser una noción abstracta y lejana para convertirse
en algo concreto y cercano con interacciones y compromisos a escala
terrestre.
Morin dedicó a postular cambios concretos en el sistema
educativo desde la etapa de primaria hasta la universidad: la
no fragmentación de los saberes, la reflexión sobre
lo que se enseña y la elaboración de un paradigma
de relación circular entre las partes y el todo, lo simple
y lo complejo. Abogó por lo que él llamó
diezmo epistemológico, según el cual las universidades
deberían dedicar el diez por ciento de sus presupuestos
a financiar la reflexión sobre el valor y la pertinencia
de lo que enseñan.
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