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Discurso
de Immanuel Wallerstein (iwaller@binghamton.edu)
© Immanuel Wallerstein, 1999.
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[ en recibiendo el doctorado
honoris causa
de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla,
23/09/99 ] |
Señor Rector; Honorable Consejo
Universitario; Colegas, Señores y Señoras:
Hace dos años esta Universidad le otorgó
un doctorado honoris causa
al distinguido historiador, Enrique Semo Calev. En aquella ocasión
el Rector lo elogió como un intelectual comprometido. Hoy
quiero hacer unas reflexiones sobre lo que sería un intelectual
comprometido dentro de una concepción de la historia que
insiste en el fin de las certidumbres.
«El fin de las certidumbres» es el título de
un libro reciente de Ilya Prigogine. En el mismo, Prigogine describe
el trastorno epistemológico en el pensamiento de muchos
físicos y otros científicos. Ellos consideran que
la base metafísica de la física moderna desde Newton
y Descartes - el determinismo, las evoluciones lineares, la reversibilidad
del tiempo - nos han llevado por mal camino, y que esta concepción
del universo no es aplicable más que a unas pocas situaciones
muy restringidas y particulares. Piensan que lo esencial de la
realidad es que el universo está lleno de incertidumbres,
y, por lo tanto, de posibilidades inmensas de creatividad. Prigogine
y sus colegas ponen en el centro de sus análisis la flecha
de la historia donde existen bifurcaciones sucesivas de las cuales
es intrínsicamente imposible saber de antemano qué
camino seguirá la flecha.
El problema para los científicos sociales es que si bien
hemos conocido desde hace tiempo la flecha de la historia, la
misma era todavía una flecha dirigida por el dios de la
historia (o por el diablo) hacia un objetivo claro, el punto de
culminación de la Historia (en mayúscula). Ser un
intelectual comprometido era ser un intelectual cuyos esfuerzos
y actividades intentaban acelerar - acelerar pero no construir
- el tren histórico en el cual nos hallábamos todos.
Si existe verdaderamente una flecha de la historia y esta historia
no tiene certeza, ¿cómo saber qué hacer para
ser útil social e históricamente? El dilema se presenta
hoy con mucha angustia y mucha urgencia para los intelectuales
comprometidos en todas partes del mundo.
Lo que pareciera deprimente a primera vista es en realidad algo
que nos permite tener esperanzas, y aún más, aspiraciones
y ambiciones. Veamos. Con las teorías anticuadas de la
era de la Revolución francesa - 1789 a 1989 - fuimos obligados
a elegir entre un individualismo de intelectual libre (y según
cabe suponer, moralmente recto) de un lado y una sumisión
a una partidocracia jerarquizada (y, según cabe suponer,
representativa de las masas) del otro lado. Estas opciones eran
imposibles y derrumbaron a muchas generaciones de intelectuales.
Se ha hablado del «Dios que ha fracasado». Pero lo
que realmente fracasó fue ante todo los análisis
tanto de los intelectuales como de las partidocracias.
En el largo período histórico en que el liberalismo
triunfante reinó como geocultura del sistema-mundo moderno
- que en mi opinión fue el período entre 1848 y
1968 - la izquierda mundial (en sus versiones múltiples
de social-democracia, comunismo, y movimientos de liberación
nacional) fue reducida sistemáticamente a una encarnación
alternativa del liberalismo, un liberalismo avanzado y un poco
impaciente, pero no obstante un liberalismo. El planteamiento
esencial de la Vieja Izquierda, incluyendo el leninismo, fue:
“prometemos que, cuando tomemos el poder del estado, cambiaremos
el mundo”. Pero cuando lograron llegar al poder, las organizaciones
de la Vieja Izquierda se dieron cuenta por primera vez de cuán
limitado es el espacio de poder retenido por los estados al seno
del sistema-mundo capitalista. Y, en ese momento, inevitablemente,
los movimientos/partidos comenzaron a pedir paciencia a sus seguidores
y a las masas que dijeron representar, sosteniendo que, si no
el presente, al menos el futuro será encantado. Elaboré
todo esto en mi libro, Después
del liberalismo.
Con el paso del tiempo, vinieron las desilusiones. Fue ocurriendo
poco a poco, durante las décadas de los cincuenta, sesenta
y setenta, hasta que las desilusiones acabaron imponiéndose
en todas partes del mundo. Y con la generalización de las
desilusiones se instala el ambiente deprimido y pesimista que
vivimos actualmente. Pero la situación histórica
a la cual hacemos frente no es una situación de una derrota
absoluta de la izquierda mundial. El colapso de la Vieja Izquierda
crea dificultades tanto para las elites privilegiadas del sistema-mundo
como para las fuerzas progresistas. Los movimientos en poder predicaban
la paciencia y la esperanza en un futuro luminoso. Esta fórmula
de paciencia y esperanza fue destinada al fracaso, cuando las
masas se daban cuenta de la complicidad tácita de los movimientos
antisistémicos con el sistema-mundo capitalista, y de sus
múltiples errores y corrupción.
Pero, si las masas ya no creen que el futuro sea luminoso, ¿están
preparadas para ser pacientes? Esto me parece muy dudoso. En efecto,
vivimos hoy - de Los Angeles a México, de Sarajevo a Pristina,
de Kinshasa a Freetown - la impaciencia total de las poblaciones.
Tal vez no sepan qué hacer ni qué sería lo
más útil, pero sí saben que el sistema-mundo
actual no los beneficia.
Al mismo tiempo, tres curvas de larga duración de la economía-mundo
capitalista han llegado a un punto que amenazan la acumulación
incesante de capital, y, con esto, a la
raison d’être del capitalismo histórico.
Las tres curvas son fáciles de presentar. Aunque es imposible
de elaborarlas aquí, las mencionaré a continuación:
la desruralización del mundo que produce un incremento
en la cuota salarial; la destrucción ecológica del
mundo que hace subir el precio de los inputs en la producción;
y la democratización del mundo que eleva las tazas de impuestos
por medio de las cuales los gobiernos buscan satisfacer las reivindicaciones
populares para la educación, la salud, y los ingresos mínimos
de sobrevivencia. Por tanto, la restricción de ganancias
a escala mundial y a largo plazo, combinado paradójicamente
(al menos al parecer) con el colapso de los movimientos de la
Vieja Izquierda, nos han llevado a una crisis estructural de nuestro
sistema-mundo. Vivimos el período de transición
hacia un nuevo sistema.
Hay tres aspectos que podemos señalar de un período
de transición. Primero, será largo, tal vez cincuenta
años. Segundo, será caótico, y por tanto,
no sólo desagradable sino horrible. Y tercero, su resultado
será ultra-incierto. Podríamos llegar a un nuevo
sistema mucho mejor, o a uno mucho peor, o a otro de un carácter
no muy diferente. No podemos predecirlo, pero sí podemos
influenciarlo.
Es dentro de este contexto de transición sistémica
que podemos volver al tema del papel de los intelectuales comprometidos.
Un período de transición sistémico es un
período dominado por la confusión y el miedo. El
rol principal de los intelectuales es contribuir a reducir la
confusión, aún, y sobretodo, entre los activistas
comprometidos con una transformación progresista. De esa
forma, se contribuye a reducir el miedo y sus reflejos impulsivos.
Sin embargo, esto no es fácil de lograr porque los intelectuales
comprometidos comparten con los activistas la confusión
y el miedo. Los intelectuales no están exentos de las condiciones
humanas que vive el resto de la gente. Por consiguiente, se requiere
de una larga conversación y discusión a nivel mundial
entre los intelectuales y los activistas, sobre cómo imaginar
una estructura social que sea fundamentalmente diferente de la
actual, una estructura que sea relativamente democrática
y relativamente igualitaria.
Debemos recordar que en este período histórico las
estructuras organizativas de lucha ya no existen o al menos no
están bien constituidas. En este contexto, será
mucho más difícil para las fuerzas progresistas,
que provienen de múltiples condiciones, memorias diferenciadas
y problemáticas distintas, crear las alianzas entre ellas
para combatir a las fuerzas privilegiadas que tienen a su disposición
poder, dinero, y (no olvidemos) mucha inteligencia. El papel de
los intelectuales comprometidos requiere de mucha invención
y creatividad. No podemos encontrar las respuestas a este reto
leyendo a Gramsci u otra figura idealizada.
Debemos inventarnos un nuevo sistema histórico sin estar
seguros de salir victoriosos. Debemos hacerlo porque existe la
oportunidad de reinventar el mundo, pero repito, sin la certeza
de que vayamos a triunfar.
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