Parte VI

Aproximaciones  a la realidad

Balance de la evolución del expansionismo brasileño en los últimos años, en los distintos frentes.
Actualización hasta el 31 de diciembre de 1977

 

27. Las relaciones Brasil-Estados Unidos

La idea de los key countries, de las leading nations, de los delegados de la metrópoli, puesta en práctica en forma intensiva por Henry Kissinger al frente del Departamento de Estado durante los gobiernos de Nixon y Ford, no es en absoluto original.

Ya en carta a Strangford, en abril de 1808, el canciller inglés Canning proponía "convertir a Brasil en un emporio para las manufacturas británicas destinadas al consumo de América del Sur" 110.

Posteriormente, en el Congreso de la Santa Alianza, el mismo Canning defendía la tesis de establecer en Brasil un imperio fuerte destinado a mantener el "orden" y asegurar los intereses europeos entre las convulsionadas y "anárquicas" repúblicas que habían surgido en Hispanoamérica.

Actuando como delegado, como "gendarme" de S. M. Británica, el imperio esclavista brasileño, representante de la civilización europea, se encargaría con rara eficiencia de la manutención, a lo largo de todo el siglo XIX, de la "paz británica" y de los intereses europeos en el subcontinente.

Cuando esa paz y esos intereses eran amenazados por el surgimiento de un gobierno con tendencias nacionalistas, que con su barbarie intentaba impedir el pleno dominio europeo- como Rosas en la Argentina y Solano López en el Paraguay-, el imperio de los Braganças intervenía para restablecer el orden y mantener abiertos los conductos de la expoliación 111.

Estrategia innegablemente inteligente, eficiente, cómoda y barata (para el imperialismo de turno, es obvio). Se explica que un siglo después se tornara en uno de los puntales de la estrategia global de Kissinger. En ese particular, Henry no emuló a Metternich sino a Canning.

En la segunda mitad del siglo XIX empiezan a producirse cambios en ese simple y eficiente sistema de poder imperial. Brasil, después de haber vivido los ciclos económicos del palo brasil, del azúcar y del algodón, del oro, pasó a vivir el auge del café. Se transformó en el gran productor y exportador del producto. Y Estados Unidos, en su gran consumidor.

En una futura historia sobre los hábitos alimentarios y su influencia sobre el destino de los pueblos y del propio equilibrio mundial, el capítulo café tendrá una importancia bastante grande. Como los ingleses siguiesen tomando té ... , el centro exterior de poder y decisión de Brasil pasó a dislocarse gradual, pero firme e irreversiblemente, de Inglaterra hacia Estados Unidos.

Es verdad que, paralelamente, Estados Unidos, al conseguir desarrollar su propia revolución industrial, surgía a los ojos del mundo, especialmente del resto del continente americano, como una potencia emergente. Principalmente a partir de la asunción al mando de Theodore Roosevelt 112, pasó a actuar en nuestra América un nuevo y agresivo imperialismo: el yanqui.

Paralelamente, a medida que Brasil y casi todos los demás países del continente se dislocaban hacia la órbita del nuevo centro de poder y decisión, el Uruguay y la Argentina consolidaban su posición en el seno del Imperio Británico. Y eso también esencialmente por motivos económicos de origen alimentario.

Los ricos campos uruguayos y la "pampa húmeda" argentina proveían dos productos decisivos para aquella etapa de la revolución industrial y del imperialismo inglés: carne barata para la población inglesa (que significaba salarios baratos para la burguesía industrial británica) y lana barata que permitía que la industria textil inglesa dominase el mercado mundial.

Esas vinculaciones económicas determinaron posiciones políticas diametralmente distintas de Brasil y de la Argentina dentro del sistema interamericano.

Analizando la historia de las Conferencias Panamericanas se observa la permanente resistencia de los representantes diplomáticos de las clases dominantes de Buenos Aires a aceptar la hegemonía norteamericana sobre todo el continente, fundada en la Doctrina Monroe (América para los americanos... del Norte), y la plena aceptación de las clases dominantes brasileñas de esa dominación.

La réplica argentina a la doctrina yanqui era expresada por Sarmiento: "Argentina para el mundo", significando Europa y especialmente Inglaterra. Ya en la 1ª Conferencia Panamericana, realizada en 1889 en Washington, el canciller argentino Roque Sáenz Peña se oponía vigorosamente a las iniciativas hegemónicas del secretario de Estado yanqui James G. Blaine.

Fue tan brillante la oposición argentina a los planes del State Department que terminó victoriosa. El documento final de la conferencia consignó que "una nación no tiene, ni reconoce en favor de los extranjeros, ninguna obligación o responsabilidad que no sean las establecidas para los ciudadanos, en casos semejantes, por la Constitución y las leyes" 113.

Brasil, al revés, fundamentaría su política exterior en su alianza con Estados Unidos. El gran historiador oficialista brasileño Pedro Calmon afirma categóricamente: "La amistad de Estados U nidos dio a la diplomacia brasileña, a partir de 1889 (o sea, desde la I Conferencia Panamericana), su principal sostén" 114.

Para consolidar la alianza fue mandado a Estados Unidos como embajador uno de los exponentes máximos de la inteligencia brasileña (y a la vez uno de los grandes batalladores por la liberación de los esclavos): Joaquim Nabuco. Su posición en este particular fue tristemente cipaya:

"Nuestra diplomacia debe ser hecha principalmente en Washington. Para mí (…) la Doctrina Monroe (… ) significa que nos independizamos de Europa en forma tan completa como la Luna de la Tierra" 115. Para utilizar la metáfora de Nabuco, Brasil se transformó en la principal luna de Estados Unidos.

El barón de Rio Branco, el gran canciller brasileño, aceptaba así como una fatalidad histórica la hegemonía norteamericana:

"Sin intentar asumir una sola de las situaciones internacionales creadas y resueltas por Estados Unidos, Brasil es consciente de que no puede escapar a la influencia que Estados Unidos ejerce sobre los destinos de Sudamérica... " 116.

En 1906, el barón consiguió lo que en la época se consideró una gran victoria diplomática: que Rio de Janeiro fuese la sede de la III Conferencia Panamericana. Consolidaba así Brasil su posición de aliado preferencial de Estados Unidos, o sea, en lenguaje actual, su posición de key country.

Esa preferencia en favor de Brasil se concretaba también en otros términos. A partir de 1906 la representación yanqui en Rio de Janeiro tenía el rango de embajada. En Buenos Aires se mantuvo, hasta 1916, a nivel de encargado de negocios.

A esa sumisión política se sumaba la siempre creciente dependencia económica. El comercio Brasil-Estados Unidos representaba cada vez más en el conjunto de las relaciones comerciales internacionales brasileñas. A partir de los años 20 empieza la penetración de la banca norteamericana. Gradualmente Wall Streel sustituye a la City, como fuente de préstamos e inversiones.

Esa múltiple situación de dependencia generaría una nueva serie de privilegios en favor de los capitales norteamericanos. El estado de Amazonas fue prácticamente "loteado" entre subsidiarias de la Standard Oil. La Ford consiguió enormes concesiones territoriales para efectivar plantations de "Hevea brasiliensis", el árbol del caucho. Los más grandes yacimientos de hierro del mundo fueron entregados a empresas como Itabira Iron. Brasil, bajo la llamada "república vieja", era un país en remate. Si se hubiese mantenido por algunas décadas más la evolución "entreguista", Brasil habría sido una estrella más en la bandera norteamericana.

Sin embargo, con la revolución liberal de 1930, que puso fin a la dominación política de las oligarquías de los estados de São Paulo y Minas Gerais (el llamado "eje café con leche"), comandada por Getúlio Vargas, empezó una reacción nacionalista a la avasallante ocupación económica del país 117.

La anulación de las concesiones territoriales para la explotación de petróleo y del mineral de hierro; la elaboración de los códigos de Aguas y Minas de neta influencia nacionalista; la estatización del subsuelo; una adecuada política de protección aduanera y de incentivos internos a la industrialización; la nacionalización y la estatización de los sectores fundamentales de la economía, etcétera, volvieron a restablecer en lo fundamental la soberanía nacional. Seguía, es obvio, la dependencia derivada del propio subdesarrollo y del intercambio internacional de productos primarios por manufacturados.

La Segunda Guerra Mundial vino a perjudicar los planes de desarrollo relativamente independientes de Vargas. Inicialmente, el caudillo, considerando que el conflicto era fundamentalmente un enfrentamiento entre sectores imperialistas, trató de mantener la neutralidad de Brasil y sacar provecho material -en beneficio del desarrollo del país- de la situación.

Sin embargo, frente a la irresistible presión norteamericana y al hecho de que el Pentágono había ganado a la mayoría de los generales brasileños, Vargas fue forzado a la guerra. Con los Acuerdos de Washington, por los cuales Brasil se comprometía a proveer a Estados Unidos materiales estratégicos y alimentos por precios prácticamente congelados, los monopolios yanquis consiguieron una tasa muy alta de sobre ganancias y el pueblo brasileño sufrió una dura inflación.

Después de haber sido forzado a entrar en la guerra, Brasil fue utilizado por Washington para presionar a la Argentina, que resistía firmemente en su neutralidad. El secretario de Estado Cordell HulI, en sus "Memorias", nos informa que Estados Unidos llegó a armar tres divisiones blindadas del ejército brasileño para la invasión del territorio argentino. Brasil volvía a actuar como "gendarme", al servicio del imperio de turno.

El envío de la Fuerza Expedicionaria Brasileña a combatir en los campos de Italia significó a la vez la "pentagonización" de los militares brasileños. De retorno de los campos de batalla derrocaron al gobierno nacionalista de Vargas y lanzaron las bases -en especial la Escuela Superior de Guerra, una réplica del National War College de Washington- del régimen que a partir del 1º de abril de 1964 se caracterizaría como el más antipopular y antinacional de la historia.

Considerando la enorme importancia del esfuerzo de guerra del Brasil 118 y el propósito de consolidar a Brasil como su aliado preferencial en el hemisferio sur, el presidente Roosevelt había llegado a proponer a Brasil como sexto miembro permanente del Consejo de Seguridad de las futuras Naciones Unidas.

En su diario personal (con fecha 28/8/44), el secretario de Estado Stettinnius revela: "Relaté al Presidente que habíamos levantado la cuestión de un lugar permanente para Brasil en el Consejo de Seguridad y que los grupos soviético y británico se opusieron [ ... ]. El Presidente concordó, al final, en incluir a Brasil en el bosquejo inicial" 119.

Eliminada la figura incómoda de Vargas, la unidad con Washington en la euforia de la posguerra fue prácticamente total. El mariscal Eurico Gaspar Dutra liquidó totalmente la política nacionalista de Vargas. Hizo enormes concesiones a los monopolios yanquis. Un ejemplo: entregó prácticamente como un enorme feudo a la Bethlehem Steel Corporation el territorio del Amapá con 140.276 km² y sus enormes yacimientos de manganeso. Solamente no entregó el petróleo porque una gran campaña popular -"El petróleo es nuestro" - lo impidió.

El mariscal visitó a Estados Unidos. El propio Harry Truman visitó a Brasil. La ruptura de relaciones con la Unión Soviética y el cierre del Partido Comunista fueron consecuencia de las imposiciones norteamericanas originadas en la "guerra fría".

En Estados Unidos, bajo la etiqueta de "Doctrina Truman" proliferaron teorías sobre cómo mantener y fortalecer la hegemonía norteamericana sobre el mundo occidental, y la privilegiada situación de ser Washington, en aquel momento, el único e indiscutido centro de poder y decisión en el mundo capitalista y en lo que empezaría a llamarse Tercer Mundo. Y de cómo contener un supuesto peligro existente: el avance comunista.

Entre esas teorías netamente imperialistas se destacaban las relativas a las integraciones regionales y a la institución de los key countries. En la primera parte de este libro ya citamos varias veces a uno de esos teóricos, N. J. Spykman. Otro de los destacados ideólogos de los key countries fue George Kennan.

En su teoría sobre el containment (del avance comunista), Kennan preconizaba que la ayuda de Estados Unidos fuese concentrada en aquellos países que por sus características y condiciones especiales pudieran ser considerados "llave" en determinadas regiones, por "su territorio, su población, su proyección internacional y por su problemática social y económica" 120.

Exactamente porque Brasil presentaba todas esas condiciones para transformarse en el "país clave" de América latina, pasaron a surgir versiones brasileñas de la teoría de los key countries, especialmente entre los militares.

El brigadier Lysias A. Rodríguez defendía una política externa brasileña fundada en tres puntos: "Estrechar cada vez más las relaciones can Estados Unidos, estimular la política de buen vecino y dar total apoyo al núcleo geopolítico del Atlántico Sur".

Y justificaba así su tesis: "Brasil necesita crear en América del Sur un núcleo geopolítico poderoso, homogéneo, bajo su liderazgo político (. . .). La formación por Brasil de un núcleo geopolítico en América del Sur bajo su dirección resulta lógicamente del apoyo que Brasil precisa proporcionar al núcleo del Atlántico, como medio de facilitar su acción" 121.

Pero fue fundamentalmente el general Golbery do Couto e Silva en su famoso libro 122 "Geopolítica do Brasil", quien trató mejor el problema. Dentro de lo que él denominaba barganha leal (canje leal), el actual número 2 del gobierno del general Ernesto Geisel proponía que Brasil aceptase la total hegemonía de Estados Unidos en cambio de que esa hegemonía fuese ejercida en América latina por intermedio de Brasil, que pasaría a ser el socio menor del imperialismo norteamericano, el delegado de la metrópoli y, si fuera necesario, el gendarme mantenedor del orden y de la paz imperiales 123.

En Estados Unidos, la teoría sobre los key countries recibiría un nuevo y decisivo empuje de parte de Henry Kissinger. Ya en un libro publicado en 1962, el futuro secretario de Estado preconizaba:

"El mejor método de conseguir un impacto sustancial sobre muchas países es hacer que uno de ellas se transforme en una empresa operacional. La India en Asia, Brasil en América latina, Nigeria en África, podrán tornarse en polos magníficos y ampliar para sus respectivas regiones el progreso si actúan con audacia..." 124
En varias otras oportunidades, Kissinger señalaría a Brasil como el key de América latina:

"Estados Unidos debe promover la aparición de líderes locales -como, por ejemplo, Brasil- que puedan reemplazar el liderazgo político de Estados Unidos".

"País por el cual tengo una admiración muy especial desde que estuve allí hace 14 años, es considerado uno de las key countries del mundo político moderno" 125.

Inicialmente como asesor de Nixon para asuntos internacionales y posteriormente como secretario de Estado (gobiernos del propio Nixon y de Ford), Kissinger tuvo la oportunidad de poner en práctica esas teorías (en verdad, como ya vimos, remakes de seculares prácticas imperialistas).

La teoría de los key countries pasó a ocupar un lugar destacado en la estrategia global del brillante e inquieto secretario de Estado. Dentro de su Weltanschauung Pentagonal, lo que importaba realmente eran los "cinco continentes": Estados Unidos, Unión Soviética, China, Europa occidental y Japón. El resto era el resto, totalmente secundario, algo que -para utilizar la expresión de un especialista norteamericano en América latina- "no valía una misa".

La política internacional de Kissinger se caracterizó por un casi completo abandono de los foros internacionales, como las Naciones Unidas 126; constituía un retorno a la práctica decimonovena y de las primeras décadas del actual siglo de la política de las grandes potencias, con base en contactos bilaterales. Seguramente influencia de Metternich, de quien Kissinger se consideraba una "reencarnación".

Su actuación brillante y dinámica se caracterizaba por un verdadero turismo diplomático, teniendo el mundo entero como escenario de sus espectaculares shows. Cuando en febrero de 1976 llegó a Brasil, la estadística de sus viajes acusaba 792.000 kilómetros recorridos (casi veinte vueltas completas al viejo planeta). El hombre era encontrable en cualquier parte del mundo, inclusive eventualmente en su despacho del Departamento de Estado, Washington DC...

Con base en contactos bilaterales ,-Estados Unidos – URSS,  Estados Unidos-China, Estados Unidos-OTAN, Estados Unidos-Japón, etc.-, totalmente a espaldas de los organismos internacionales auténticamente representativos como las Naciones Unidas y de los pueblos del resto del mundo, Kissinger trató de consolidar al máximo la hegemonía mundial de Estados Unidos.

Con la política de détente con la Unión Soviética y con su "diplomacia del ping pong" con China consiguió, es innegable, una considerable distensión en la presión internacional, la disminución de los riesgos de una guerra total. Pero, paralelamente, consiguió consolidar las fronteras exteriores del imperio. Del más grande imperio de la historia, que empieza en el Oder-Neisse y termina en el Yalú en Corea.

Las respectivas "áreas de influencia" fueron demarcadas y acuerdos -firmados o tácitos, poco importa-- establecieron que cada una de las grandes potencias no interferiría en las zonas bajo el control de las otras. Todo un gentlemen agreement para mantener el status mundial. Un status que no resulta particularmente agradable para dos terceras partes de la humanidad que siguen sometidas a formas más o menos disfrazadas de colonialismo y a la miseria consecuente. Aparentemente África quedó fuera de los "acuerdos"; es considerada todavía "tierra de nadie', lo que explicaría la actual disputa -a veces violenta- que se verifica en tierras africanas.
Aseguradas por la política de détente las fronteras exteriores del imperio, Kissinger trataría de consolidar la "paz imperial", interna, con la estrategia de los key countries.

Vimos en la Parte I de este libro cómo todas las estrategias norteamericanas para Latinoamérica fracasaron en los últimos veinte años: desde la Alianza para el Progreso, hasta la política de Johnson de estímulo a los golpes y regímenes militares. Vimos igualmente cómo los proyectos de integración a nivel multinacional del continente -tanto en lo político como en lo militar y económico-- abortaron totalmente. La sugerencia contenida en el Informe Rockefeller -Trade not Aid- ni llegó a ser puesta en práctica. Efectivamente, por primera vez en la historia, Estados Unidos no sabía qué hacer con su "continente de reserva".

Esa incapacidad yanqui de comprender y resolver los problemas de Latinoamérica queda evidenciada en el discurso de Henry Kissinger del 7/2/73, en Panamá:

"Sé que muchos de nuestros vecinos del sur de mi país consideran que han sido objeto de demasiados estudios y muy pocas iniciativas. Se acusa a Estados U nidos de ser eficiente en encontrar consignas para una política para los países de América latina, pero que no se encuentran soluciones a los problemas que enfrentamos todos.
"Algunas de esas críticas son justificadas. En algunas ocasiones, la oratoria ha sido muy superior a la acción. Pero Estados Unidos se ha visto acosado por muchos problemas; es solamente desde lejos que se tiene la impresión de que tenemos libertad para elegir cualquier solución que se nos antoje. No hemos actuado con negligencia voluntaria. Y, en todo caso, hemos reconocido que ya es hora de iniciar nuevos planteos… ".

Era evidente que uno de los nuevos planteos en que pensaba Kissinger era el ya enunciado propósito de reemplazar el liderazgo de Estados Unidos en el continente por el de aliados eficientes y fieles como Brasil. Una política de delegación de poder: la vieja estrategia de Canning.

Cuando la visita del general presidente Emilio Garrastazú Médici a Estados Unidos, el presidente Nixon "oficializó" a Brasil como el modelo norteamericano para el desarrollo de América latina. Hablando el 7 de diciembre de 1971, adoptaba integralmente la "solución Kissinger" y consagraba a Brasil como el subimperio:

"... sabemos que en la medida que Brasil progrese, así también progresará el resto del continente sudamericano. Estados Unidos y Brasil, amigos y aliados en el pasado, son y serán amigos fuertes y próximos. Trabajaremos juntos para un futuro mejor para su pueblo, para nuestro pueblo, para el pueblo del resto del continente".
Y recomendaba el camino brasileño de desarrollo como El Camino para los demás países del hemisferio: "Otros países del continente eligieron sus propios medios de desarrollo. Brasil se inclinó por el camino de la iniciativa privada, no sólo la interna sino también la externa. El camino brasileño es el cierto... " 127.

Como reconocimiento a la brillante actuación del régimen militar brasileño en favor de los intereses oficiales y privados norteamericanos en el continente 128, Estados Unidos resolvió premiar a Brasil con un nuevo ascenso jerárquico dentro del esquema mundial de poder centrado en Washington.

El premio se concretó en febrero de 1976, cuando la visita de Kissinger. Como si fuera el Papa en la época de los descubrimientos, dividiendo el Nueva Mundo entre España y Portugal, a Metternich y Canning en la Europa de posrestauración, el megalómano profesor de Harvard resolvió consagrar a Brasil como potencia y atribuirle una especie de tutela, a ser ejercida en nombre de Washington, sobre toda América latina.

Además de atribuir a los militares brasileños esa "misión especial", Kissinger estableció con el gobierno de Brasilia un sistema especial de consultas -"de potencia a potencia"--- (como orgullosamente se decía en Brasil). El protocolo firmado por el secretario de Estado y por el canciller brasileño Azeredo da Silveira establecía:

"Los dos gobiernos realizarán normalmente consultas semestrales, sobre todo tipo de asuntos de política exterior, inclusive cualquier gestión específica que venga a ser propuesta por una de las partes. Temas económicos, políticos, de seguridad, culturales, legales, educacionales y tecnológicos, tanto bilaterales como multilaterales, podrán ser discutidos dentro del contexto político proporcionado por las consultas".

Considerando que Estados Unidos había firmado con Japón un compromiso equivalente (que aseguró al Imperio del Sol Naciente un status de potencia), se verificó una euforia generalizada entre los militares y tecnócratas brasileños. Brasil había sida promovido por EE. UU. a potencia y pasaría a integrar el esquema kissingeriano de los "grandes" un "Weltanschauung Hexagonal".

Era evidente una vez más la tradicional exageración brasileña. Sin embargo, al analizar fríamente las consecuencias de lo acordado en Brasilia se concluía que el clásico sistema interamericano -multilateral (y aparentemente igualitario) - estaba seriamente afectado. Ya que Brasil y Estados Unidos decidirían a más alto nivel los grandes problemas -no solamente los bilaterales sino los multilaterales (conforme lo establecido en el protocolo), la Organización de los Estados Americanos, la Junta Interamericana de Defensa y otras organizaciones de carácter continental perdían su razón de existir.

Se concretaba la aspiración máxima del general Golbery do Cauto e Silva y de los militares de derecha brasileños: un nuevo esquema de poder en el continente americano que asegurase a Brasil un papel privilegiado, el de principal satélite de Estados Unidos. Figurativamente, se podría representar a Estados Unidos como el Sol. A Brasil como el único planeta del sistema. Un planeta alrededor del cual circunvalasen los demás países del continente, las "lunas".

El propósito era establecer que el camino más corto hacia Washington, desde cualquier república latinoamericana, pasase necesariamente por Brasilia.

Establecido el eje fundamental -Estados Unidas-Brasil- se conformarían, a partir de este último, los ejes secundarios: Brasil-Bolivia, Brasil-Paraguay, Brasil-Uruguay, Brasil-Chile, etcétera.

La integración multilateral, conjunta, simultánea (el Mercado Común Latinoamericano, la Fuerza Interamericana de Paz, la transformación de la O.E.A. en un supergobiemo, etc.), habían fracasado totalmente. Ahora se intentaría la integración con base en esquemas bilaterales, protagonizada por Brasil, actuando en nombre de Estados Unidos y de las empresas transnacionales.

La euforia del régimen militar brasileño por la conquista de esa situación excepcional dentro del continente llegó a su auge cuando la visita del general presidente Ernesto Geisel a Europa y Japón. Otros países reconocieron e inclusive ampliaron el status asegurado por Kissinger a Brasil.

El 4/5/76, saludando al presidente brasileño, la reina Elizabeth de Inglaterra afirmaba: "Brasil conquistó una posición de respeto e influencia gracias a su actitud constructiva. Su país está en una situación particularmente ventajosa para comprender tanto los problemas de las naciones más ricas como los de las más pobres y estoy segura de que, con los pueblos sus amigos, los brasileños gozan de maravillosas oportunidades para crear una buena relación entre el mundo industrializado y el mundo en desarrollo".

El presidente galo, Valery Giscard D'Estaing, fue todavía más lejos en su euforia probrasileña: "Después de la Segunda Guerra Mundial, Brasil surgió como una potencia mundial y Francia rehizo su posición de potencia (...). A partir del fin de la guerra, todo el mundo se dio cuenta de las inmensas posibilidades, de los inmensos recursos de su país. Y fue gracias al desarrollo de esas admirables posibilidades y de esos recursos que Brasil aparecería a los ojos del mundo en la condición de una potencia... ".

Giscard confirmó a Brasil en su condición de "intermediario" entre el mundo rico y los países subdesarrollados. En el comunicado conjunto, firmado por los dos presidentes en la oportunidad, se dice: "Los presidentes analizaron la situación general de América latina y destacaron el papel cada vez más importante que la región es llamada a desarrollar en la escena mundial". El presidente francés acentuó “el lugar eminente de Brasil en el continente americano y la contribución que presta para su estabilidad y dinamismo”.

El entonces premier nipón, Takeo Miki, no quedó atrás y homologó a Brasil en su puesto de intermediario entre el "Club de los Ricos" y el mundo subdesarrollado: "Brasil y Japón deben tener el papel de mediadores entre los países desarrollados y los países en vías de desarrollo".

El presidente Geisel no perdió la oportunidad para aceptar el puesto que le era ofrecido por los gobiernos de los países capitalistas centrales: "Es indiscutible que Brasil tiene una nueva posición en el mundo. Tenemos que mirar esa posición con modestia. No pretendemos modificar el mundo, pero podemos influir, podemos ejercer en ciertas áreas algún liderazgo y desarrollar ideas, principalmente en el campo económico, tratando de conciliar los intereses de los países desarrollados con los que están en proceso de desarrollo" (discurso de París).

En el palacio de Buckingham, Geisel reafirmó que Brasil asumiría el papel de intermediario entre el Tercer Mundo y el "Club de los Ricos".

Después de servir durante doce años con total devoción a los intereses del capitalismo mundial, el régimen militar brasileño recibiría la paga por los buenos servicios prestados. Era reconocido como potencia, y además "nombrado" intermediario entre los países ricos y el Tercer Mundo. Es verdad que nadie trató de consultar a los países subdesarrollados sobre si aceptan a Brasil como mediador en su lucha en contra de la expoliación a que los someten los países capitalistas centrales.

Es evidente que la actuación de Brasil en los últimos años -en América del Sur y en relación con las colonias portuguesas de África- lo descalifica como un intermediario neutral y honesto. El régimen militar brasileño es un instrumento del imperialismo.

La preferencia del sistema capitalista mundial -gobiernos de los países centrales, banca oficial y privada internacional y empresas transnacionales- por Brasil se traduce en un total respaldo financiero que le permite ampliar cada vez más rápidamente la brecha que lo separa de los demás países de América latina y, consecuentemente, imponer su hegemonía sobre todo el subcontinente.

El 31/12/73 el total de inversiones directas y reinversiones extranjeras en Brasil alcanzaba a los 4.579 millones de dólares. El 31/12/75 ya se situaba en 7.304,1 millones, pasando a 9.005,1 millones a fines de 1976. En 1977, a pesar de la crisis que afecta seriamente la economía brasileña, las inversiones foráneas seguirán a ritmo acelerado: sobrepasaron a los mil millones de dólares.

La prueba más convincente de que Brasil consolidó su posición de "base preferencial" de las "multinacionales" en América latina nos la proporciona la comparación de esas cifras con las inversiones directas que se verifican en la Argentina, que en una época disputó ese lugar privilegiado.

Durante la etapa desarrollista (gobierno de Arturo Frondizi), la entrada de capitales foráneos en la Argentina alcanzó niveles equivalentes a los brasileños: a un promedio de 118 millones anuales en el período 1958/62. En seguida bajaron radicalmente: 1963/66, promedio de 19,3 millones al año; 1967/72, 27 millones y en 1973/75 solamente 6,6 millones anuales.

La preferencia de la banca mundial es comprobada por la evolución de la deuda externa brasileña, que pasó de 12,3 mil millones en 31/12/73 para 30/31 mil millones en la actualidad.

La rápida progresión de las exportaciones brasileñas -de 1.881 millones en 1968 para 12 mil millones en 1977- demuestra que también los importadores de los países centrales respaldan firmemente la transformación de Brasil en la leading nation del hemisferio sur.

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El señor Carter y las contradicciones

A pocos meses de haber conseguido, por la mano de Kissinger, la "promoción" de Brasil al status de potencia, los militares de derecha que gobiernan Brasil fueron sorprendidos por un obstáculo inesperado. Un candidato presidencial –James Earl Carter criticaba duramente la estrategia kissingeriana, apodando inclusive al secretario de Estado de "llanero solitario", etcétera.

Además de criticar al gran benefactor del régimen militar brasileño, el joven candidato hablaba un lenguaje que resultaba altamente sospechoso a los oídos totalitarios de los gobernantes de Brasilia: "No tenemos motivos para ayudar a cualquier país -sea donde fuere- que utilice la policía secreta, las prisiones sin acusaciones formales o la tortura como medio para imponer la verdad".

Lo más grave era que Carter, saliendo de las generalizaciones, identificaba a Brasil como uno de esos países: "Brasil no tiene un régimen democrático y en muchos casos ha sido altamente represivo con relación a los presos políticos" 129.

Las esperanzas del gobierno brasileño se cifraban inicialmente en la posibilidad de que las declaraciones del candidato -hechas con el evidente propósito de conseguir los votos liberales-o no fuesen refrendadas posteriormente por el presidente electo.

El propio embajador brasileño en Washington, Joao Pinheiro, llamado a Brasilia a explicar la insólita situación, afirmaba: "Se observa una mudanza entre el candidato Carter y el presidente electo Carter, que estaría adoptando una línea más prudente después de haber sido confirmado en los comicios... " 130.

El futuro secretario de Estado, Cyrus Vance, hablando frente a la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado, trataba de atenuar el malestar provocado por la campaña de Carter: “Precisamos defender los derechos humanos. Pero sin llegar al intervencionismo...”.

E intentaba neutralizar el "moralismo de Carter" con una dosis de «pragmatismo kissingeriano": “Hay casos en que los aspectos de seguridad deben ser tomados en consideración”. Lo que significaba que en algunos países de fundamental importancia estratégica para Estados Unidos, como Filipinas, Corea del Sur, Tailandia y el propio Brasil, las violaciones de los derechos humanos no serían consideradas tan importantes. Era la moral condicionada a los intereses geopolíticos...

Pero Andrew Young, nombrado embajador en las Naciones Unidas, volvería a agudizar las tensiones al afirmar: "... me siento muy incómodo con relación a la orientación del gobierno brasileño en el área de los derechos humanos".

Y amenazaba con medidas de presión económica: "Vengo manteniendo una serie de contactos con empresarios norteamericanos con inversiones en el exterior y tengo observada una gran receptividad en cooperar de alguna manera para evitar la continua violación de los derechos humanos practicada por ciertos países" 131.

Declaraciones de ese tipo fueron consideradas en Brasil como "grave injerencia en los asuntos internos" y provocaron reacciones de todo tipo. El régimen militar brasileño, fruto de la injerencia de la CIA y de la embajada norteamericana 132 y sometido hace doce años a todo tipo de injerencias protagonizadas por el Departamento de Estado, por el Departamento del Tesoro de Estados Unidos, por la banca mundial y las empresas transnacionales, se sentía ofendido por las declaraciones de Carter y sus auxiliares.

Las reacciones entre los militares brasileños eran violentas. "Intromisión del Congreso norteamericano en la soberanía brasileña", decía el jefe del Estado Mayor de la Aeronáutica, brigadier Délio Jardin de Matas. "El señor Jimmy Carter no tiene nada que meterse en los asuntos internos brasileños", afirmaba el brigadier Huet Sampaio, del Superior Tribunal Militar.

El propio presidente Geisel, aprovechando la oportunidad de la celebración del Día Internacional para la Eliminación de la Discriminación Racial (21/3), en mensaje al secretario general de la O.N.U., contraatacaba y hacía una referencia no muy velada a Estados Unidos: "Compartimos los brasileños la convicción de que los derechos de la persona humana no son respetados en las sociedades donde connotaciones de orden racial determinan el grado de respeto con que deben ser observadas las libertades y las garantías individuales".

O Estado de S. Paulo llegaba a comparar a Young a un personaje siniestro: "Young es claro al enunciar propósitos que otro nombre no merecen que el de intervencionismo, dando la impresión de que el Gran Inquisidor resucitó de las páginas de Dostoiewski e instaló su bureau en la Casa Blanca y en las Naciones Unidas".

Sin dejarse contaminar por la histeria generalizada, un alto funcionario de Itamaratí, confirmando la "categoría" del Ministerio de Relaciones Exteriores brasileño, analizaba fría, pragmáticamente, la situación: "La proposición de Young choca con los intereses de los empresarios norteamericanos que hacen inversiones con grandes ganancias en nuestros países. Esas empresas no se atienen a los principios morales para decidir dónde y cuándo van a hacer sus inversiones ... ".

Cuando escribimos este capítulo -fines de diciembre de 1977, a casi un año de la toma del mando por James Earl Carter- no tenemos todavía una idea clara de su filosofía política y de su praxis gubernamental, pues éstas están plagadas de contradicciones.

Contradicciones que pueden ser explicadas por la propia situación política interna de Estados Unidos. A pesar de la enorme suma de poder que acumula un presidente en los States, él está sujeto a toda una serie de limitaciones. El accionar del eventual ocupante de la Casa Blanca depende de la correlación de fuerzas entre los distintos centros de poder.

El presidente depende del Congreso que, por su composición muy heterogénea, puede actuar como freno a la tendencia progresista de un presidente o a la tendencia extremadamente reaccionaria de otro.

Depende del Pentágono, ese supercentro de poder dentro del "estado militarista" que es hoy Estados Unidos. Por atribuir al problema de seguridad una importancia absoluta, los militares pueden sacrificarle cualquier principio liberal o moral tradicional.

Depende de la CIA y del FBI que por la misma razón -la superdimensión del problema de la seguridad- asumen posiciones que son la propia antítesis de los ideales de la revolución liberal norteamericana.

Depende del poder económico -de la banca privada y de las empresas transnacionales- que por su gigantismo se constituyen en verdaderos estados dentro del Estado y que llegan al extremo de tener su propia política exterior: el caso de la ITT, en el derrocamiento del gobierno de Unidad Popular en Chile, es el más reciente ejemplo en ese sentido.

Depende del poder sindical que, en defensa de la privilegiada posición conquistada por el proletariado norteamericano, veta cualquier alteración en el actual intercambio internacional que pudiese favorecer a los países subdesarrollados, como sería una apertura parcial al menos del rico mercado norteamericano.

Todos esos factores y otros más constituyen obstáculos a cualquier política exterior liberal-progresista de un gobernante norteamericano, como parecería ser la planeada inicialmente por Carter.

Es verdad que una política de ese tipo tiene amplio respaldo de sectores populares y de la inteligencia norteamericanos, especialmente de grupos que bregan por la aplicación de los derechos humanos y por un cambio radical en la política exterior netamente imperialista de Estados Unidos.

Se verifica en los States, en los últimos años, principalmente a partir de la estúpida intervención en el Vietnam, el surgimiento y el fortalecimiento de una conciencia liberal que choca con creciente intensidad con los aspectos más brutales de la política exterior norteamericana y con la acción de las empresas transnacionales.

Las campañas populares en contra de la segregación racial, de la guerra del Vietnam, de los atropellos cometidos por la CIA a lo largo y ancho del mundo, de la política oficial de apoyo a gobiernos reaccionarios como el vigente en Brasil, constituyen pruebas fehacientes de que esa conciencia liberal existe y actúa.

Por otro lado, la conciencia de que los ideales de la revolución norteamericana están seriamente comprometidos, de que Estados Unidos perdió su capacidad creadora positiva, de que la nación vive un proceso regresivo de imprevisibles consecuencias está muy generalizada. Tan generalizada que permitió un Watergate y la expulsión de un presidente mafioso.

Un presidente norteamericano que quisiese efectivamente imprimir una orientación progresista -interna y externa- a su gobierno podría neutralizar, parcialmente al menos, las presiones de los sectores reaccionarios con ese amplio y creciente respaldo popular que se verifica.

Pero, considerando los enormes intereses involucrados y el demasiado compromiso de Estados Unidos en la causa del imperialismo, eso ya sería un cambio revolucionario, que es obvio no surgirá de la actual política liberal de Carter.

Un ejemplo concreto de las contradicciones que tendría que superar un gobierno progresista norteamericano que bregase, efectivamente, sin cuartel, en favor de los derechos humanos en América latina:

El llamado "modelo económico brasileño" está fundado sobre el binomio "seguridad-desarrollo". Los militares de derecha que gobiernan Brasil desde hace 14 años están absolutamente convencidos de que las libertades políticas y gremiales son incompatibles con el desarrollo económico acelerado del país.

Según la filosofía generada en la Escuela Superior de Guerra, para conseguir un desarrollo económico acelerado son fundamentales una rápida acumulación de capital interno y una total apertura de la economía a las empresas transnacionales, lo que significa una violenta explotación social y el sacrificio parcial de la soberanía nacional.

Con sindicatos libres y con la vigencia del derecho de huelga, no hubiera sido posible el "confisco salarial" practicado por el régimen militar 133 y la consecuente acelerada acumulación de capital.

Con partidos políticos auténticos, nacionalistas-populares y de izquierda y con la vigencia de un régimen político representativo, no habría sido posible concretar la casi total entrega de la economía nacional a las empresas transnacionales 134.

Al instituir la seguridad (del Estado) como condición básica del desarrollo económico, el régimen militar liquidó la seguridad del individuo, o sea, archivó los derechos humanos en Brasil.

Existe una total incompatibilidad entre la democracia representativa y el respeto a los derechos humanos y el sistema de capitalismo salvaje y dependiente vigente en Brasil. El "modelo brasileño de desarrollo" no sobreviviría con sindicatos libres y con el derecho de huelga. Los privilegios concedidos a las transnacionales comprometen, a su vez, la plena vigencia de la soberanía nacional.

Criticar las violaciones de los derechos humanos que se verifican en Brasil sin mencionar sus causas fundamentales -el inhumano sistema social vigente y la dependencia externa- resulta no sólo parcial sino deshonesto 135.

Si el presidente Carter pretendiese efectivamente conseguir la plena vigencia de los derechos humanos en países como Brasil, tendría que bregar por una completa transformación de las arcaicas estructuras sociales y colocarse en contra de la expoliación protagonizada por las empresas transnacionales, mayoritariamente de origen norteamericano. Pero eso ya es entrar en el terreno de la ciencia-ficción ...

Los militares de derecha que gobiernan Brasil comprenden perfectamente las limitaciones de una campaña como la protagonizada por el joven y simpático presidente yanqui. Saben que su posición -por falta de respaldo del Pentágono y del poder económico- es muy débil.

Además, los militares que están en el poder actualmente en Brasil son inteligentes. Y en la Escuela Superior de Guerra, durante los últimos treinta años, algo aprendieron sobre la teoría de las contradicciones (deben haber estudiado profundamente el ensayo de Mao Tse-tung).

Explotando inteligentemente las contradicciones internas existentes en Estados Unidos, consiguieron neutralizar completamente la campaña liberal de Carter.

La banca privada y las empresas transnacionales de origen norteamericano son en su mayoría controladas por republicanos. No están dispuestas, en consecuencia, a hacerle el juego al presidente demócrata. Además, tienen en Brasil su principal cliente y su más importante fuente de ganancias en el Tercer Mundo.

Otra contradicción altamente limitativa: considerando las inversiones directas, las reinversiones, las valorizaciones de los activos, los préstamos externos, etcétera, los haberes norteamericanos en Brasil deben aproximarse a los 50.000 millones de dólares.

Eso significa, es obvio, una enorme dependencia de Brasil hacia Estados Unidos. Pero, en una demostración de cómo son complejas las relaciones entre los explotados y el explotador, representan también una dependencia en sentido contrario.

Un auge nacionalista entre los militares brasileños, que podría ser provocado por una campaña como la de Carter (si fuera llevada a las últimas consecuencias), significaría un serio riesgo para los monopolios norteamericanos: podría hacer cesar una fuente de fabulosos lucros y provocar voluminosas expropiaciones.

Eso explica por qué las "multinacionales" y la banca privada norteamericana no cesaron, en ningún momento, a pesar de la campaña de Carter, de dispensar un tratamiento privilegiado a Brasil. Esa posición de los hombres de negocios yanquis torna totalmente inocua la presión presidencial.

Algo por el estilo ocurre con el Pentágono. Resulta obvio que los duros hombres de uniforme, que se consideran responsables por la seguridad del“mundo libre”, deban estar indignados con la política de Carter en relación a Brasil.
Esa política ya llevó a la denuncia del Acuerdo Militar Brasil – Estados Unidos y a una serie de medidas de independencia de los militares brasileños. Si siguiese y se radicalizase la campaña liberal, el Pentágono podría correr el riesgo de perder sus más antiguos, eficaces y fieles aliados en el continente: los militares de derecha brasileños.

Inclusive entre los sectores liberales norteamericanos, la “diplomacia de plaza pública” de Carter está encontrando opositores. Recientemente, el New Cork Times, editorializaba sobre la “pérdida del apoyo diplomático inestimable y discreto del gobierno brasileño”, determinada por las presiones del presidente norteamericano.
Como un ejemplo de esa valiosa colaboración brasileña, el diario norteamericano citaba: “el gobierno brasileño desarrolló un papel de intermediario de Washington, para que los comunistas no se apoderasen del gobierno de Portugal136.

Paralelamente, el régimen militar brasileño explota las contradicciones existentes entre Estados Unidos y sus aliados europeos y Japón. Un ejemplo esclarecedor en ese sentido es el acuerdo nuclear Brasil – Alemania occidental.

Durante años, los militares brasileños, por dos motivos, exigieron, pidieron, imploraron a Estados Unidos la transferencia de la tecnología necesaria para transformar a Brasil en una potencia nuclear.

Uno de los motivos es absolutamente justificable: ningún país que pretenda alcanzar el desarrollo pleno puede abrir mano de las enormes posibilidades proporcionadas por la utilización pacífica del átomo. Sería lo mismo que en las primeras décadas del actual siglo un país decidiera no utilizar nunca el petróleo como fuente de energía.
El otro de los motivos de los militares brasileños es sospechoso y constituye un peligro para la propia seguridad continental. Entre los “sueños heroicos” de los geopolíticos brasileños, en posición destacada, está la posesión de LA BOMBA.

A pesar de ser Brasil su aliado preferencial en el continente –su key country-, Washington se rehusaba sistemáticamente a los pedidos de los militares brasileños. Se limitaba a vender plantas nucleares generadoras de energía eléctrica, sin la correspondiente transferencia de tecnología. Ni hablar de la tecnología y de los equipos necesarios para el enriquecimiento del uranio.

¿Qué hicieron los militares brasileños?.

Durante un año y medio, en lo que debe haber sido uno de los secretos de posguerra mejor guardados, negociaron con la República Federal de Alemania un acuerdo, cuyo anuncio, en junio de 1975, tuvo el efecto de la explosión de un artefacto nuclear.

Por el acuerdo, los alemanes se comprometen a proveer una serie de plantas atómicas, a transferir la tecnología respectiva, inclusive la relativa a las más polémicas etapas del ciclo nuclear: la del enriquecimiento y reprocesamiento del combustible. En resumen: a principios de la década 80, Brasil tendrá una industria con el ciclo nuclear completo y LA BOMBA.

A pesar de la violenta reacción del presidente Carter (una de sus primeras providencias en el gobierno fue mandar a Bonn al vicepresidente Walter Mondale a exigir del gobierno germánico la anulación del acuerdo), el plan nuclear brasileño-alemán se mantiene y se encuentra en fase adelantada de ejecución.

Vemos así cómo el poder hegemónico de Estados Unidos resulta impotente frente a la rebeldía de dos de sus principales key countries.

En el caso brasileño, asistimos además a un cambio importante en relación al centro exterior de poder. Las inversiones europeas y niponas en los últimos años aumentaron más rápidamente que las de origen norteamericano.

Los capitales norteamericanos representaban, el 31/12/73, 37,7 por ciento del total de inversiones foráneas. El 31/12/76, 32,2 %. En el mismo período, los germánicos aumentaron de 11,3 para 13,1 % y los nipones del 7 al 11,1 %. Si se concretan todas las inversiones alemanas previstas en el Acuerdo Nuclear y las programadas entre Japón y Brasil durante la reciente visita del presidente Geisel a ese país, ya en 1985 la "influencia económica" de los tres países será equivalente.

Esa diversificación de los centros exteriores de poder no lleva, es obvio, a la liberación de los pueblos. Asegura, sin embargo, mayores posibilidades de maniobras a regímenes que, como el brasíleño, actúan pragmáticamente.
En resumen, la explotación de las contradicciones -internas de Estados Unidos y las existentes entre éste y sus aliados- permite al régimen brasileño seguir con su política represiva interna, ignorando prácticamente las presiones liberales de Carter, y rechazar de entrada el veto yanqui a su política nuclear. 

Igualmente, los planes expansionistas brasileños en América del Sur, cuyo estado actual analizaremos seguidamente, no sufrieron ninguna falta de continuidad con el cambio de la política de Estados Unidos en relación con Brasil. Sin aflojar en lo más mínimo el ritmo de ejecución de sus proyectos expansionistas en la Cuenca del Plata, el gobierno de Brasilia se lanza ahora a un nuevo objetivo, todavía más ambicioso: establecer la hegemonía brasileña sobre la Cuenca del Amazonas.

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28. Sigue la política de "hechos consumados" en el río Paraná

Infelizmente, nuestras denuncias sobre los propósitos hegemónicos brasileños en lo relativo al aprovechamiento del potencial hidroeléctrico del río Paraná, escritas en abril de 1973 137, se confirmaron plenamente.

Ni en lo relativo a la compatibilización del proyecto de Itaipú con el de Corpus, ni en lo relativo a las cláusulas brutalmente colonialistas del Tratado de Itaipú, se verificó alguna modificación positiva en la política del régimen militar brasileño.

La intransigente posición de Brasil sigue siendo la antítesis del espíritu de la "declaración de principios" del Acta de Santa. Cruz de la Sierra (20/5/68), que dio origen al Tratado de la Cuenca del Plata (abril de 1969): el tratado "permitirá el desarrollo armónico y equilibrado así como el aprovechamiento óptima de los grandes recursos naturales de la región y asegurará su preservación para las generaciones futuras a través de la utilización nacional de esos recursos".

El aprovechamiento óptimo sería obtenido, dentro del espíritu integracionista multilateral del Tratado de la Cuenca, con la planificación conjunta, supranacional de esos recursos. Sin embargo, Brasil, utilizando la tradicional estrategia imperialista de las soluciones bilaterales, trató de capitalizar al máximo su situación favorable, y de establecer su hegemonía sobre toda la región.

En el caso del aprovechamiento del potencial hidroeléctrico del río Paraná, esa estrategia brasileña y sus consecuencias negativas para toda la región quedan matemáticamente comprobadas.

Si Brasil accediera a la pretensión argentina, elevando la cota de Itaipú a 125 metros, la capacidad de la misma quedaría reducida de 66.966 millones de kilovatios anuales a 58.357 millones: se verificaría una pérdida de solamente el 12,9 %.

Esa reducción permitiría la construcción de Corpus, con una potencia de 37.500 gigavatios; o sea, las dos hidroeléctricas generarían 43,1 % más de energía que Itaipú sola (considerando que con las cotas de 100 ó 105 metros, la hidroeléctrica argentino paraguaya no será construida por antieconómica).

Se atendería, de esa forma, a los justos reclamos de la Argentina, y se compensarían, parcialmente al menos, los efectos negativos que la construcción de Itaipú podría ocasionar a la Argentina, desde los riesgos de una catastrófica inundación hasta la polución de las aguas del Paraná.

Se beneficiaría al Paraguay, socio obligatorio en las dos empresas, cuya cuota de energía sería 43,1 % mayor.

Y lo que sería fundamental, se eliminaría un foco de fricciones tanto o más peligroso que el constituido por el Canal de Panamá
138.

Sin embargo, la tendencia brasileña es la de profundizar todavía más el diferendo con la Argentina. Diarios brasileños
139 divulgaron una nueva teoría -evidentemente originada en los sectores ultras de las fuerzas armadas brasileñas- que resulta aún más lesiva para los intereses argentinos.

Se trata de la tesis del profesor Eduardo Celestino Rodrigues, autor de un libro titulado "Problemas del Brasil Potencia". Según la misma, Brasil tiene derecho indiscutible de utilizar hasta el último metro el desnivel del río Paraná en su territorio, sin ninguna consideración para con los proyectos argentinos.

Según el geopolítico brasileño, además de aprovechar en Itaipú el desnivel entre 220 metros altura del dique y 103 metros (la cota de restitución del agua), lo que significaría un potencial de 12,6 millones de kilovatios, Brasil debería reivindicar como suya la energía originada por el desnivel del río Paraná entre Itaipú y la frontera argentina (un tramo de 17 kilómetros, con una caída de 10 metros).

El profesor admite dos hipótesis para el aprovechamiento de ese desnivel considerado brasileño. Una sería la construcción de Corpus como una empresa trinacional, con su energía dividida de acuerdo con los respectivos desniveles (el argentino, entre la frontera y Corpus, es de 11 metros). La potencia de la misma sería de 2.562.000 kilovatios, así distribuida: 50 % para el Paraguay, 26 % para la Argentina y 24 % para Brasil.

La otra "solución" presentada por Celestino Rodrigues es la construcción de Corpus binacional con un potencial de sólo 1.342.000 kilovatios. En esa hipótesis, Brasil construiría otra hidroeléctrica, sobre la frontera, en Iguazú, con el potencial de 1.220.000 kWh.
 
En el mes de mayo de 1977, dos episodios protagonizados por el ministro de Relaciones Exteriores brasileño, Azeredo da Silveira, confirmarían que esa posición dura, no conciliatoria, es la oficial del gobierno brasileño.

En el Congreso, en reunión secreta, el canciller explicó a los parlamentarios (según la propia prensa brasileña) que el Paraguay ya no preocupaba, pues había abandonado su tradicional política pendular
140.

El Paraguay, según el ministro, ya es "un satélite de Brasil". Refiriéndose a las tratativas argentinas por encontrar una solución conciliatoria para el aprovechamiento del potencial hidroeléctrico del río Paraná, el canciller habría afirmado entonces que “Brasil no tiene nada que discutir con la Argentina y que ella es el gran obstáculo para la solución del problema”.

Inicialmente se ensayó una tímida desmentida. Sin embargo, el 19/5, al salir de la Escuela Superior de Guerra, donde había pronunciado una conferencia -también secreta sobre el tema-, el canciller reiteró, por lo menos en relación a la Argentina, la posición expuesta en el Congreso.

Azeredo da Silveira declaró textualmente a los periodistas:

Ninguna inundación de territorio brasileño sería tolerada. Brasil nunca inundó a nadie y no permitirá ser inundado.
"Corpus puede funcionar sin que el agua invada el territorio brasileño. No hay, por lo tanto, razón alguna para que aceptemos la inundación.

"Si Brasil aceptase que Itaipú fuese asunto a ser discutido por otro país, además de Brasil y Paraguay, se terminaría por discutir todo lo que ocurre dentro de nuestras fronteras
141.

El canciller eliminaba así, de entrada y en lenguaje muy poco diplomático, las posibilidades de llegar -discusiones triangulares mediante- a una solución conciliatoria y justa.

Inclusive diarios brasileños, superando el "patrioterismo" barato, criticaron duramente al ministro. Jornal da Tarde, de Sao Paulo, calificó a Silveira de “inhábil”, agregando que "deslices como el del canciller se están tornando rutinarios en Itamaratí, lo que afecta la imagen del mismo en el exterior, que siempre fue buena".

El propio O Estado de S. Paulo, que en otras oportunidades actuó como vocero autorizado de los geopolíticos expansionistas brasileños
142, criticó la posición intransigente del ministro: "Silveira fue más allá de la falta de tacto diplomático al afirmar que Brasil no está dispuesto a discutir el problema del uso del río Paraná en negociaciones tripartitas".

Infelizmente, lo que se verifica no es tan simple. Silveira sigue siendo un diplomático de los más brillantes e Itamaratí mantiene plenamente la "clase" que lo tornó famoso en toda América.

Ocurre que desde el golpe militar del 1º de abril de 1964, la autonomía del Ministerio de Relaciones Exteriores fue drásticamente limitada. Las teorías de los geopolíticos de la Escuela Superior de Guerra, confesadamente expansionistas, fueron adoptadas integral mente como estrategia continental del régimen militar. A Itamaratí compete solamente aplicarlas, sin cuestionar o discutir el "qué hacer".

Inclusive, la decisión sobre los movimientos tácticos, el "cómo hacerlo", se les fue escapando de las manos a los diplomáticos de carrera como una consecuencia más de la enorme concentración de poder que se verifica en Brasil
143.

La estrategia la establece la Escuela Superior de Guerra. Resulta elucidativo que las polémicas declaraciones del canciller fuesen formuladas al salir de una conferencia en el organismo rector de la inteligencia militar brasileña.
Y la ejecución depende del todopoderoso Consejo de Seguridad Nacional y del propio presidente Geisel.

Hay que considerar otro factor fundamental para comprender la actual estrategia y la conducción de la política exterior brasileña en relación a los países vecinos. El factotum del presidente, el Número Dos en el escalafón del poder, es el general Golbery do Couto e Silva.

Y el general Golbery es el principal ideólogo de las tesis expansionistas de la Escuela Superior de Guerra. Es el autor de las teorías sobre "las fronteras vivas", sobre el "destino manifiesto" de Brasil en América latina, que constituyen los fundamentos de la política expansionista brasileña en el continente, especialmente en la región del Plata.

Es verdad que posteriormente Brasil tuvo que dar diplomáticamente un paso atrás. Accedió a participar en reuniones tripartitas a nivel técnico. Sin embargo, ni en las mismas, ni en la reunión de cancilleres de la Cuenca del Plata, realizada el 6 de diciembre último en Asunción, cedió un milímetro en sus objetivos en lo relativo a Itaipú.

Hablando a los periodistas en la oportunidad, el canciller Azeredo da Silveira fue categórico: "Brasil nunca dijo que fuera necesaria una compatibilidad (...). No tenemos ninguna obligación de compatibilizar (...). Yo digo que no es necesario arribar a una compatibilidad de Itaipú y Corpus".

Positivamente no le gusta a Azeredo da Silveira el verbo "compatibilizar". Conjuga con mucha más facilidad "imponer".

No compatibilizar significa que Itaipú va a ser construida con su potencia óptima (aprovechando el desnivel entre 220 y 100 metros). Y que el proyecto de Corpus, por antieconómico, deberá ser abandonado.

Esa situación surge como aparentemente irreversible porque Brasil consiguió, en este particular, ganar al Paraguay para su tesis. Enzo Debernardi, el director del ente energético guaraní y a la vez de Itaipú Binacional, afirmó: "Lo ideal es que la hidroeléctrica paraguayo-argentina (Corpus) tenga una altura máxima de 98,5 metros, porque arriba de ese nivel perjudicaría inevitablemente la potencia de Itaipú".

Como uno de los argumentos argentinos en favor de la compatibilización de las dos represas era que el Paraguay sería el beneficiario del aumento de potencia correspondiente, los técnicos de Eletrobrás encontraron una fórmula que, en el decir de un periodista brasileño, "fascinó al presidente Stroessner".

Las aguas de Itaipú serán canalizadas hacia el río Acaray (exclusivamente paraguayo), proporcionándole un potencial de 1,5 millones de kilovatios.

A pesar de haber aceptado participar de una nueva reunión trilateral, el gobierno brasileño ya considera cerrado el asunto. Una aparente prueba en este sentido: Itaipú Binacional abrió (el 5/12/77) la licitación internacional para la adquisición de las 18 turbinas de 700 mil kilovatios: exactamente las necesarias para el aprovechamiento del potencial originado en el desnivel entre 220 y 100 metros.

Con una inversión ya hecha de 1,2 millones de dólares y ahora con la licitación para la adquisición de las turbinas generadoras necesarias a Itaipú, el gobierno brasileño reincide en la peligrosa política de los hechos consumados.
Una política que es la antítesis de un accionar integracionista multilateral, solidario y justo, sin espíritu hegemónico, que podría conducir a la formación de la Patria Grande de los latinoamericanos.

Sin embargo, los planes expansionistas brasileños no están exentos de derrotas. En el mes de noviembre se registró una muy seria para el prestigio brasileño, que tuvo como protagonistas a sectores nacionalistas paraguayos.
A pesar del altísimo índice de dominación ya alcanzado por Brasil sobre el Paraguay
144, o mejor, por causa del mismo, surge en el país guaraní un movimiento nacionalista que afecta la propia estabilidad del más antiguo régimen dictatorial de América del Sur: el comandado por el general Alfredo Stroessner.

Menos por razones técnicas (ahora es evidente que había una solución técnica fácil y barata) que con el propósito de establecer un vínculo hegemónico sobre el Paraguay, el gobierno brasileño presionó intensamente en los últimos meses a Asunción para que modificase el ciclaje del sistema eléctrico del país guaraní. Se exigía que se alterase el mismo de 50 a 60 ciclos, el utilizado por Brasil.

Sin embargo, por ostensible, por excesiva, por brutal, la presión brasileña terminó por generar una resistencia nacionalista. Inicialmente protagonizada por sectores de la burguesía industrial paraguaya (forzada, en el caso del cambio de ciclaje, a alterar todo el sistema eléctrico de sus motores e instalaciones), la lucha nacionalista consiguió amplio respaldo popular y fue inteligentemente aprovechada por la oposición comandada por el diputado Domingo Laino.

No pudiendo -en razón de la enorme dependencia ya existente- decir no a Brasil, ni superar la resistencia nacionalista, el gobierno del general Stroessner quedó inmovilizado. Exigidos duramente por sus colegas brasileños, los técnicos paraguayos prometían semanalmente una próxima solución para el problema del ciclaje, sin concretarla.

Considerando que se aproximaba la fecha de la adquisición de las turbinas para la hidroeléctrica y que la construcción de la misma no puede sufrir retrasos, pues es enorme su necesidad de energía para los años 80, Brasil tuvo que ceder. Adoptó el sistema de doble ciclaje para la energía a ser generada en Itaipú.

Comentando la situación, Jornal do Brasil editorializaba: "El gobierno brasileño actuó con firmeza en el episodio del ciclaje de Itaipú y seguramente con un poco de amargura". Y lamentaba que "el Paraguay no haya conseguido enfrentar la situación con la madurez necesaria..." (sic) .

Los militares geopolíticos y los diplomáticos brasileños deben estar pensando cómo resulta de difícil, en nuestros días y totalmente a contramano de la historia y de los intereses de los pueblos, establecer un nuevo imperio.

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29. La hegemonía brasileña en el Cono Sur

Para comprender la estrategia sudamericana del régimen militar brasileño hay que volver -con el riesgo de inevitables reiteraciones- al libro del general Golbery do Couto e Silva. Ocurre que sus principales teorías, después de adoptadas por la Escuela .superior de Guerra, se transformaron en la propia estrategia continental de Itamaratí.

En lo que puede ser explicado como euforia de los imperialismos jóvenes, los geopolíticos brasileños confiesan descaradamente sus propósitos expansionistas. Defendiendo la tesis del destino manifiesto de Brasil, el general Golbery escribió:

"Brasil está magistralmente bien ubicado para realizar un gran destino, tan incisivamente indicado en la disposición de las masas continentales 145, cuando asuma, al final, la hora de su efectiva y ponderable proyección más allá de sus fronteras" 146.

Dentro de esa proyección allende las fronteras, se establecieron algunas prioridades. El general Golbery enumera las principales:

Paraguay y Bolivia ("prisioneros de la geopolítica" [...], más o menos tributarios de la Argentina [...], valen mucho por su posición geográfica en el lado abierto y vulnerable del Brasil meridional ... "); Uruguay (“medio brasileño, medio argentino”) y la provincia argentina de Misiones ("que avanza como una cuña hacia el nordeste, modelando el relieve de Santa Catarina").

Es ahí donde se encuentra -según el geopolítico brasileño “la línea de tensión máxima en el campo sudamericano”. Y donde Brasil debe aplicar con prioridad su teoría de las "fronteras vivas", en marcha, en expansión: "Ahí, donde no hay banderas que valgan, se encuentra nuestra frontera viva".

Desde que el general Couto e Silva escribió eso (1952), la situación cambió radicalmente: los tres "chicos" de la Cuenca del Plata -Bolivia, Paraguay y Uruguay- ya están prácticamente satelizados por Brasil y la Argentina aislada en el extremo sur del continente y peligrosamente enfrentada a Chile -otro satélite de Brasil- en los mares australes.

Es obvio que la integración-anexión del Paraguay no se limita a la Binacional de Itaipú, analizada en el capítulo anterior. Es múltiple, amplia y profunda la presencia brasileña en tierras guaraníes. Volveremos a la misma en el capítulo sobre la ocupación física de los territorios fronterizos.

Veamos lo que pasa con Bolivia y Uruguay.

El general Mário Travassos, considerado el padre de la geopolítica brasileña, en su famoso libro 147, ya destacaba la enorme importancia de Bolivia dentro del cuadro geopolítico sudamericano. Según el entonces capitán Travassos, quienes dominen el triángulo Santa Cruz de la Sierra - Cochabamba - Sucre, podrán aspirar al control de todo el sub continente 148.

Además, Bolivia constituye la solución más fácil para la concreción de otro de los "sueños heroicos" de los militares geopolíticos brasileños: la presencia en el Pacífico.

El proceso de integración-anexión de Bolivia avanzó considerablemente el 22 de mayo de 1974 con el encuentro, en Cochabamba, de los presidentes, generales Ernesto Geisel y Hugo Banzer. Se firmó entonces un Acuerdo de Cooperación y Complementación Industrial entre los dos países.

Por él, Bolivia asegura a Brasil la provisión de 240 millones de pies cúbicos de gas de petróleo anuales, por un período de veinte años. El precio será establecido cada semestre, en función de las fluctuaciones internacionales de los precios de los hidrocarburos. Al precio de la época, la venta significaría un ingreso de cerca de 60 millones de dólares anuales para Bolivia.

En cambio, Brasil se compromete a construir en la región del sudeste boliviano un complejo industrial constituido por una planta siderúrgica, otra de fertilizantes y una fábrica de portland.

La siderurgia deberá producir 900.000 toneladas de hierro y 500.000 de acero al año. La fábrica de fertilizantes producirá -a partir del gas de petróleo- mil toneladas de urea por día. Igual cantidad de cemento producirá la planta respectiva. Brasil se compromete a comprar la parte excedente de la producción, asegurando mercado para las futuras industrias.

Para la construcción del polo de desarrollo, Brasil concede inicialmente un préstamo de U$S 10 millones (interés, 5 % al año; plazo, quince años). Se compromete, además, a financiar todos los equipos e instalaciones fabricados por la industria brasileña y a proporcionar el aval para las adquisiciones que Bolivia haga en otros países.

Además, el gobierno brasileño se comprometió a otorgar un total de U$S 50 millones para la formación de un fondo de desarrollo boliviano destinado a atender las zonas más atrasadas de Bolivia.

Y, como lo dice el comunicado conjunto, para asegurar la. interconexión ferroviaria transcontinental entre Santos y Arica, a través de Santa Cruz de la Sierra y Corumbá, el gobierno brasileño hará, a sus expensas, los estudios de ingeniería de los tramos entre Santa Cruz de la Sierra y Cochabamba, y entre Puerto Suárez y Puerto Banegas con, respectivamente, 300 y 577 km de extensión. Valor de la ayuda brasileña: 50 millones y 18 millones de cruceiros, respectivamente.

Aun en lo relativo a la integración vial, Brasil se comprometió a ampliar el crédito (concedido el 4 de abril de 1972) de U$S 5.000.000, destinado a establecer, en territorio boliviano, la conexión vial con Brasil; el nuevo total será de 17 millones de dólares.

Complementando el proceso de integración geográfica, Brasil concedió a Bolivia cuatro "zonas francas" en los puertos de Belém do Pará, Santos, Corumbá y Porto Velho.

Considerando que los importantes proyectos relativos al gas natural, a la siderurgia y a la petroquímica están ubicados en la provincia de Santa Cruz de la Sierra, la enorme infiltración demográfica brasileña en la región y los planes separatistas de la oligarquía de esa provincia, incentivados por Brasil, se podría concluir que Brasil está próximo a asegurarse el control de uno de los ángulos del triángulo de Travassos.

Además, con el acuerdo, el gobierno brasileño trata de eliminar la posibilidad de que el mineral de hierro de Mutún pueda ser utilizado para el desarrollo siderúrgico de la Argentina, cuyas reservas ferríferas son muy pobres.

Con la construcción del ferrocarril Santa Cruz de la Sierra – Cochabamba, considerado altamente prioritario por los geopolíticos brasileños, se establecería la ligazón entre dos de los ángulos de Travassos y, además, se efectivizaría la conexión transcontinental entre Santos y Arica.

La construcción del ferrocarril no es fácil. En sus 300 kilómetros de extensión tendrá que vencer una diferencia de altitud entre 400 y 3.500 metros. En consecuencia, su costo será muy elevado: cálculos preliminares sitúan en 300 millones de dólares la inversión que tendría que hacer Brasil.

Inclusive en la hipótesis de que Brasil consiga superar ese obstáculo en su expansión hacia el Pacífico, queda otro problema de difícil solución. ¿Cómo asegurar la presencia brasileña en Arica, el puerto anexado por Chile como consecuencia de la Guerra del Pacífico (1879)?.

A mediados de 1971 esa posibilidad era totalmente inexistente, pues tanto Bolivia como Chile estaban bajo gobiernos progresistas.

Con el derrocamiento del gobierno nacionalista popular del general Torres, en agosto de 1971, se abrió la primera brecha. Gracias a la eficiente actuación de los servicios de inteligencia brasileños y bajo el gobierno del general Hugo Banzer, Bolivia se tornó un satélite de Brasil.

De inmediato el régimen militar brasileño empezó a apoyar la reivindicación boliviana de una salida al mar (absolutamente justa en sí). El propósito de Brasilia era claro: acorralar al gobierno de Unidad Popular en Chile.
En la época se distribuían en La Paz folletos que reproducían la imagen de Chile con garras intentando aprisionar a Bolivia y sobro fondo verde y amarillo, los colores nacionales de Brasil, se leía la leyenda: "Bolivia, cuenta con nosotros". Era evidente la preparación psicológica para la guerra.

Con el golpe del 11/9/73 en Chile, financiado e instrumentado por la CIA y por los servicios de inteligencia brasileños, se tornó innecesario provocar el enfrentamiento entre los países. Incorporado Chile al área de influencia brasileña, Itamaratí cambió de táctica.

Evidentemente influidos por la diplomacia brasileña, los presidentes, generales Augusto Pinochet y Hugo Banzer, se reunieron a comienzos de 1975 en la localidad fronteriza de Charaña y restablecieron las relaciones entre sus países, interrumpidas hacía doce años.

Brasilia pasaría a intentar una maniobra geopolítica distinta: utilizar sus dos satélites en contra del régimen militar progresista peruano. Se verificó una nueva campaña psicológica preparatoria. Chile y Bolivia eran estimulados por Brasil en el sentido de resolver sus contradicciones a costas de Perú. Llegó a ser creado un evidente clima de guerra, involucrando a los países protagonistas de la Guerra del Pacífico (1879), actuando Brasil en los bastidores.
Se verificaría, sin embargo, una nueva "vuelta de tuerca".

Con la caída del gobierno del general Velasco Alvarado, la asunción al poder del general Morales Bermúdez y la posterior sustitución del general Fernández Maldonado en el puesto de primer ministro, el antagonismo entre Brasilia y Lima desapareció. Los planes bélicos fueron una vez más archivados.

Paradójicamente, a pesar de ser altamente beneficiado por esos cambios políticos en Chile y Perú, el gobierno brasileño vio sus proyectos sobre Arica perjudicados. En este momento, Itamaratí se encuentra en una posición difícil en relación al problema: considerando sus inmejorables relaciones con Santiago, no puede apoyar las reivindicaciones bolivianas por una salida al mar, que volvieron a manifestarse con intensidad en los últimos meses.
Ese inmovilismo forzado de Brasilia favorece a la Argentina. El reciente viaje del almirante Emilio Massera (miembro de la Junta Militar argentina) a Bolivia y sus impactantes declaraciones en favor de la pretensión boliviana constituyeron una evidente victoria de Buenos Aires en ese complicado ajedrez geopolítico que se verifica en el Cono Sur.

Además, la inestabilidad política vuelve a imperar en Bolivia 149. El gobierno de Banzer está siendo duramente atacado a varios niveles. Su derrocamiento y su posible sustitución por un gobierno nacionalista-revolucionario significaría un duro golpe a la todavía incipiente dominación brasileña.

El 12 de junio de 1975 se encontraron los presidentes Ernesto Geisel y Juan María Bordaberry. Fue firmado en la ocasión el Tratado de Amistad, Cooperación y Comercio entre Brasil y Uruguay.

Si se concreta plenamente lo establecido en los artículos V, VIII, IX Y X, la integración a nivel industrial y comercial entre los dos países será prácticamente total. Y todos sabemos lo que significan los acuerdos de "complementación industrial" y las "empresas binacionales", principalmente cuando uno de los contratantes es una "potencia emergente" y el otro un pequeño y empobrecido país limítrofe.

El artículo VI se refiere al plan de desarrollo de la Cuenca de la Laguna Merin. Se prevé toda una serie de obras de carácter binacional en la región: desde la construcción de una hidroeléctrica (la de Centurión, con 40.000 kWh.), hasta un plan de irrigación de tierras en un área de cerca de 100.000 hectáreas (la mayoría de las cuales están en territorio uruguayo), que serán explotadas especialmente por empresarios brasileños.

Por el artículo VIII el gobierno brasileño se compromete a financiar y construir la hidroeléctrica de Palmar, totalmente en territorio uruguayo.

Los artículos XI y XII establecen la cooperación brasileña a todos los niveles para el desarrollo de la producción agrícola uruguaya y aseguran su absorción por Brasil. Con máquinas agrícolas, tecnología y empresarios brasileños; con la financiación del Banco do Brasil 150 y con base en el mercado consumidor brasileño, el Uruguay va a intentar una "revolución agraria".

La concesión de líneas de crédito para el equipamiento de las empresas de pesca que vengan a constituirse con capitales binacionales está asegurada por el artículo XIII. Con barcos, equipos y capitales brasileños y tripulantes coreanos 151 serán explotadas las ricas aguas del litoral uruguayo.

Los artículos XIV, XV, XVI y XVII establecen normas para la integración entre los dos países prácticamente a todos los niveles: en lo relativo al transporte de cargas, a la interconexión de los sistemas carreteros, a la implantación de carreteras y ferrocarriles en el territorio uruguayo, a la interconexión de las telecomunicaciones entre los dos países, todo con el suministro de créditos, tecnología y equipos brasileños.

La unión de los sistemas eléctricos del Uruguay y del estado fronterizo de Rio Grande do Sul fue decidida en el artículo XVIII.

Los artículos XIX y XX establecen normas más eficientes de cooperación bilateral en los campos de la educación, ciencia y cultura.

Por el Tratado de 1851, uno de los más colonialistas de la historia moderna, impuesto por Brasil al Uruguay duante una ocupación militar, "el Uruguay se convertiría en un campo de invernada, de engorde de ganados uruguayos y brasileños", afirman Barran y Nahum, dos encumbrados historiadores orientales.

Por el Tratado del 12/6/75, sin necesidad de ocupación militar, el Uruguay se transformará en una fábrica subsidiaria, en una enorme plantation de trigo y soja y en un coto de pesca de Brasil. Si se cumple todo lo acordado, el Uruguay estará reducido a su primitiva situación de Provincia Cisplatina.

Y, al contrario de lo que se verifica en el Paraguay y Bolivia, no se vislumbra en el Uruguay ningún síntoma de resistencia nacionalista a esa integración-anexión.

La creciente, ya considerable, posiblemente determinante, influencia brasileña en Chile constituye otro aspecto del expansionismo brasileño. Chile -igual que Ecuador- no tiene fronteras comunes con Brasil.

En consecuencia, se podría concluir que Chile estaría a salvo de los proyectos expansionistas de los militares geopolíticos brasileños, fundados especialmente en la teoría de las "fronteras vivas", en expansión. No habiendo fronteras comunes, es obvio que esa estrategia no puede ser aplicada en relación al país andino. Son otras las teorías y los factores geopolíticos que conducen a la satelización de Chile.

En este caso, en vez de la teoría de las fronteras vivas, funciona otra, muy difundida en los primeros años de la era militar en Brasil: la tesis de las "fronteras ideológicas".

Esa teoría totalmente desmoralizada en los últimos años por el cese de la "guerra fría" a nivel mundial, por la evolución política observada en Latinoamérica de creciente rebeldía en relación a Estados Unidos y por el propio desinterés que los últimos gobiernos norteamericanos (los de Nixon, Ford y ahora el de Carter) revelan en relación con nuestros países (para felicidad de nuestros pueblos y desesperación de nuestras clases dominantes), tiene todavía plena vigencia en el caso Chile-Brasil.

Esa integración es fortalecida por factores históricos: el tradicional eje Brasil-Chile y la posición similar de los dos países en relación al "enemigo común", la Argentina.

La sintonía ideológica entre los actuales regímenes de Santiago y Brasilia es total. Todavía no se investigó debidamente el alcance de la participación brasileña en el derrocamiento del gobierno progresista de Salvador Allende. Pero, por todo lo que se sabe, la participación de los servicios de inteligencia brasileños no fue menor que la de la CIA y de la I.T.T.

El general Pinochet es un tradicional admirador de Brasil y un fiel discípulo del general Golbery do Couto e Silva. Se podría decir que el primer mandatario chileno es un geopolítico de "tercera generación". Golbery traduce a los germánicos KjelIén y Haushofer, a los americanos Mahan y Spykman y al inglés MacKinder. Pinochet traduce a Golbery.

En su famoso libro 152, editado en 1968, Pinochet defiende la integración a nivel capitalista-imperialista, exactamente como Golbery y sus colegas de la Escuela Superior de Guerra brasileña y los voceros de las empresas transnacionales interesados en la eliminación de las fronteras económicas, para tornar más racional la explotación de nuestros países:

"Lo que falta a un Estado lo tiene el otro; la escasa población de uno se compensa con el mayor número de vecinos y para abaratar los costos se necesita de grandes masas de consumidores, lo que se logrará con la integración del superestado sudamericano, un superestado capaz de enfrentar el peligro comunista...".

Luego del golpe del 11/9/73, el régimen militar brasileño, actuando con inteligencia y sentido de oportunidad, trató de consolidar una alianza con Chile y a la vez establecer su hegemonía sobre el mismo.

Mientras casi todos los países -no solamente los socialistas sino también los capitalistas centrales- reaccionaban drásticamente frente a la matanza protagonizada por el régimen militar chileno (una de las más brutales de la historia), reduciendo al mínimo sus relaciones con Chile, Brasilia trató de ocupar ese vacío en provecho de sus planes geopolíticos.

Un verdadero puente aéreo fue establecido entre los dos países para atender las necesidades más urgentes del nuevo régimen chileno. Los préstamos brasileños se sucedieron, inclusive cuando la banca mundial se cerraba a Chile.

Las relaciones comerciales entre los dos países se multiplicaron. Proyectos binacionales tratan de integrar las dos economías. O, mejor, de integrar-anexar Chile a la economía brasileña, como siempre sucede en las "alianzas" de países de distinto nivel de desarrollo económico: el más poderoso absorbe al menor.

En octubre de 1975, una delegación comercial brasileña concretó la compra de 260.000 toneladas de cobre y estableció las bases para una futura explotación común del mineral chileno, mediante la organización de una empresa binacional.

Posteriormente, se anunció otro proyecto conjunto, muy importante tanto desde el punto de vista económico como en el aspecto geopolítico. Se trataría de instalar en el estrecho de Magallanes una industria binacional –chileno – brasileña- destinada al mejoramiento del mineral de hierro brasileño vendido a Japón. . En la producción de los pellets (la primera etapa industrial del proceso siderúrgico) se utilizaría el gas natural de los enormes yacimientos recientemente descubiertos en territorio chileno, en la región.

La instalación de un polo de desarrollo industrial binacional, en una región donde Chile tiene serios litigios territoriales con la Argentina, asume una muy grande importancia estratégica. Constituiría una nueva etapa en los planes de los geopolíticos brasileños de aislar -cercar- a la Argentina en el Cono Sur.

El peligroso enfrentamiento entre Buenos Aires y Santiago que vivimos en este momento (fines de diciembre de 1977), motivado por el laudo arbitral relativo al canal de Beagle, favorece enormemente los propósitos brasileños de consolidar su hegemonía sobre Chile y de acorralar en el extremo sur del continente a la Argentina, el único obstáculo que queda a la total dominación brasileña en el Cono Sur.

Favoreciendo masivamente con armas y equipos a las fuerzas armadas chilenas 153 e incentivando al general Pinochet en sus "sueños heroicos" de transformar a Chile en un país bioceánico (lo que le aseguraría una posición de enorme importancia en el sub continente), los militares brasileños están en una situación muy favorable: están sumando puntos sin jugar ...

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30. La teoría de las fronteras vivas en la práctica

Cuando escribió la primera parte de su libro (en 1952) el general Golbery do Couto e Silva estaba muy preocupado con los "espacios vacíos" existentes en el hinterland brasileño: "... es necesario que no olvidemos que el vacío de poder, como centro de bajas presiones, atrae desde todos los cuadrantes a los vientos desenfrenados de la codicia…".

Para evitar que los espacios vacíos brasileños terminasen en manos alienígenas, el general aconsejaba sabiamente "que se dispongan prontamente, en el cinturón de esa inmensa zona vacía, puestos avanzados de nuestra civilización, convenientemente equipados para que puedan atestiguar la posesión indiscutible de la tierra (…). Es necesario taponar el desierto... ".

Según el general, el peligro se localizaba en los países limítrofes, llevados por la "envidia" a Brasil. Se equivocó totalmente: el proceso de ocupación de los vacíos en la Amazonia brasileña, como vimos en la Parte IV de este libro, está siendo protagonizado por ciudadanos y empresas originados bastante más lejos.

Hoy, 25 años después, en las fronteras de Brasil la situación es totalmente a la inversa de los pronósticos del geopolítico brasileño. Son los países vecinos los que están preocupados con la infiltración brasileña a lo largo de los 15.700 kilómetros de fronteras terrestres de Brasil. Y lo que torna la situación todavía peor para los países limítrofes es que ellos no están siguiendo el consejo del general: no están taponando los respectivos desiertos.
El acelerado aumento demográfico constituye uno de los sostenes básicos de la estrategia de las "fronteras vivas".

El otro es el acelerado desarrollo económico.

Para analizar la situación de equilibrio -o mejor de desequilibrio- demográfico entre Brasil y sus vecinos, tomemos dos de ellos: Argentina, con un nivel de desarrollo relativo equivalente al brasileño, y el Paraguay, todavía sumergido en su trágico subdesarrollo.

La población argentina evolucionó, gracias a la inmigración masiva, en forma bastante acelerada en el período comprendido entre los censos de 1914 y 1947: pasó de 7.885.237 a 15.893.827 habitantes; o sea, se verificó un aumento del 101,5 %. En el período entre 1947 y 1970, la población aumentó a 23.364.431. El incremento fue de solamente 46,3 %.

Entre los censos de 1900 y 1940, la población brasileña aumentó un 136 %, en un ritmo anual casi equivalente a la argentina. La situación se modificó acentuadamente entre 1940 y 1970: los habitantes de Brasil pasaron de 41.236.315 a 93.139.037; o sea, se verificó un aumento de 126 % en 30 años, prácticamente el doble del aumento verificado en la Argentina.

En el último decenio se mantuvo la diferencia en el ritmo de crecimiento demográfico entre los dos países. La población argentina creció solamente 16,75 % en el período; la brasileña, 32,8 %.

Si se verifica la Hipótesis 1 (la más optimista) del Instituto de Estadísticas y Censos de la Argentina, su población alcanzará en el año 2000 los 34.999.000 habitantes.

Si se concreta la Proyección A (la más optimista) de la Fundación Getúlio Vargas, la población brasileña será de 205.300.000 habitantes en el mismo año. La proporción actual -4 x 1- estará aumentada -6 x 1-.

Ese desequilibrio demográfico entre los dos países se agudiza radicalmente en las zonas fronterizas. Las dos provincias argentinas que hacen límite con Brasil -Misiones y Corrientes sumaban en el censo de 1970, 1.007.167 habitantes. Los tres estados fronterizos brasileños -Rio Grande do Sul, Santa Catarina y Paraná- eran habitados en 1970 por 16.496.49:3 individuos. Proporción 1 por 16,5 habitantes.

Entre los censos de 1940 y 1970 la población de los tres estados sureños de Brasil aumentó un 188 %. Entre los censos de 1947 y 1970, los habitantes de las dos provincias argentinas aumentaron sólo un 23,5 %.

Si se mantienen esas respectivas tasas de crecimiento, en el año 2000 los estados de la frontera sur de Brasil tendrán 48.500.000 habitantes. Las dos provincias argentinas, no más de 1.300.000 habitantes. Proporción: 1 x 37 habitantes.

Tamaña desproporción en los coeficientes demográficos torna la frontera política en una ficción. Se configura la situación denominada por los geopolíticos brasileños de frontera viva, la frontera en expansión, o en términos más realistas, la anexión -inicialmente de facto- de las áreas fronterizas de los países más débiles.

Si consideramos el ya enorme desnivel económico existente: la región del extremo sur de Brasil presenta, después del eje Sao Paulo-Rio, los más dinámicos polos de desarrollo brasileños, mientras que las dos provincias argentinas se sitúan entre las de menor progreso relativo; si la Argentina no consigue acelerar el ritmo de su evolución demográfica, aumento de natalidad y/o inmigración con asimilación mediante; si se mantienen las tendencias en las migraciones internas en los dos países: la "explosión" (del litoral hacia la periferia) en Brasil y la "implosión" (de la periferia hacia el puerto) en la Argentina; si la Argentina no consigue "taponar los caminos de penetración" -económica, humana y cultural- Misiones y Corrientes serán fatalmente incorporadas al "área de influencia brasileña" (para utilizar un eufemismo menos chocante), principalmente porque, como lo resalta el general Golbery, allí no hay barreras (geográficas) que valgan.

La situación actual y su evolución constituyen todo un desafío -un enorme desafío- a los argentinos, celosos y orgullosos de su soberanía.

La situación se presenta mucho más dramática en la frontera paraguayo-brasileña. Con sus 406.752 kilómetros cuadrados de superficie y sus 2,8 millones de habitantes el Paraguay constituye un "vacío demográfico". Y es límite a lo largo de 1.339 kilómetros de fronteras (que tampoco constituyen un obstáculo geográfico a considerar) con el poderoso vecino, cuya población ya alcanza los 115 millones de habitantes y cuyo P.B.I. ya llega a los 160 mil millones de dólares (mientras el guaraní apenas supera los mil millones anuales).

El desnivel demográfico y el enorme y creciente abismo económico existente entre los dos países transforman en obstáculos casi intrasponibles al propósito del pueblo paraguayo de mantener su soberanía, principalmente cuando -por desgracia- es gobernado hace décadas por un equipo que desde hace mucho ya se puso la "camiseta verde y amarilla".

Jornal do Brasíl (del 7/7/77) publicó un amplio reportaje de Luiz Manfredini, Carlos Sdroyewski y Ariovaldo Santos titulado:

"El nuevo El dorado paraguayo". El subtítulo era: "En su marcha hacia el Oeste, el agricultor brasileño está atravesando masivamente la frontera".

El reportaje aporta datos estadísticos actuales e informes detallados sobre cómo se procesa la ocupación física de la frontera paraguaya por colonos y latifundistas brasileños. Lo descrito es parte de un proceso mayor: la expansión brasileña a lo largo de su enorme frontera terrestre.

Desde los valles de los ríos Abuña, Xipumanu y Acre (en la Amazonia boliviana) y de los ríos Purús y Jacua (en la Amazonia peruana), hasta la provincia argentina de Misiones y el territorio uruguayo al norte del Río Negro, pasando por la provincia boliviana de Santa Cruz de la Sierra y por el propio Paraguay, el expansionismo geográfico, el avance de las "fronteras vivas", es una realidad actual, que ya no puede ser negada por sus protagonistas -el régimen militar brasileño- ni por sus víctimas, por más "complejo de avestruz" que tengan.

Según datos e informaciones recogidos in loco por los mencionados periodistas, la ocupación por parte de nacionales brasileños del territorio paraguayo fronterizo a Brasil empezó en 1960, pasó a ser masivo a partir de 1973 y alcanza su auge en este momento.

Datos oficiales (paraguayos) sobre los brasileños presentes en la región del Alto Paraná (departamentos de Alto Paraná, Canendiyú y parte de los departamentos de Itapuá, Caazapá y Caaguazú, donde se radica la mayoría de los brasileños), demuestran el aceleramiento del proceso de ocupación: en 1962 había en la región 1.190 brasileños; en 1969, ese número se había elevado a 10.743. En 1972, ya era de 24.924 y de 39.173 en el año siguiente.

Actualmente son 200.000 los brasileños que viven del otro lado de la frontera. Ya representan el 7,1 % de la población del país guaraní.

Desde el punto de vista geopolítico la situación asume mayor gravedad si consideramos solamente las regiones fronterizas. En muchas de ellas los brasileños ya constituyen mayoría.

En las localidades de Santa Cruz del Monday (con 12.000 habitantes), de Mbacarayú (con 20.000), en Puerto Indio y Puerto Sauce (ambas con 3.000 habitantes), el 99 % de la población es constituida por brasileños. En la recién fundada Naranjal viven 2 mil brasileños y solamente cuatro paraguayos .

Prácticamente ocupada la franja fronteriza (de cerca de 100 kilómetros de ancho), la migración brasileña se dirige ahora hacia regiones del interior del Paraguay. Incluso en el Chaco, una empresa brasileña -COPAGRO S.A.- adquirió recientemente un área de 120 mil hectáreas para colonización.

Además del desequilibrio demográfico en la región fronteriza 154, un factor económico actúa decisivamente en el proceso de expansión brasileña: el valor (precio de venta) de la tierra en los dos países, especialmente en los dos lados de la frontera (consecuencia a su vez del acelerado desarrollo económico de Brasil y del trágico atraso del Paraguay).

En razón del auge de las plantations de trigo y soja (al estilo norteamericano) en el sur de Brasil, la hectárea de tierra apropiada para los cultivos mecanizados alcanza precios muy altos: entre 40.000 y 60.000 cruceiros por hectárea (aproximadamente entre 2.400 y 3.600 dólares).

Del otro lado del río Paraná (y de la frontera), en los mencionados departamentos paraguayos, el precio es de solamente 20 mil guaraníes (cerca de 2.500 cruceiros). Y, en el interior del país, no sobrepasa los 5.000 guaraníes por hectárea.

Eso significa que con el producto de la venta de una unidad en Brasil, el colono o el latifundista brasileños pueden adquirir entre 15 y 100 hectáreas de tierras paraguayas, vírgenes y de excepcional fertilidad, apropiadas para los mencionados cultivos, para la industria de extracción de maderas y otras esencias vegetales o para la ganadería.
¿Quiénes son los protagonistas de ese proceso de ocupación del Paraguay?.

La presencia brasileña en el país de Solano López es múltiple. Participan en el proceso desde entidades oficiales y empresas privadas, hasta latifundistas, colonos y marginados brasileños.

En el proceso de ocupación física del territorio, compra de tierras mediante, encontramos fundamentalmente a los colonos originarios de los estados del sur de Brasil. Con sus propiedades reducidas a minifundios antieconómicos y con sus tierras agotadas por años de cultivo depredatorio, el Paraguay constituye para ellos el nuevo "El dorado".
Otro sector ponderable en la corriente migratoria está constituido por los expulsados del latifundio, por los "sin tierra", los boias frías, los trabajadores temporarios de los grandes cultivos de café, algodón, azúcar, trigo y saja que nunca consiguieron una fracción de tierra en su propio país 155. Ellos son llevados al otro lado de la frontera como asalariados de las empresas inmobiliarias o madereras brasileñas, o como medianeros por los propios colonos.

En ambos casos, la emigración se origina en la no efectivización de ningún plan de reforma agraria por el gobierno militar brasileño. En razón del crecimiento demográfico y de las pocas posibilidades que ofrece la sociedad cerrada del latifundio, es cada vez más grande el éxodo rural 156. Como la capacidad de absorción de la industria y de los servicios urbanos es menor que la capacidad de expulsión del latifundio, aumenta cada vez más el número de marginados en la sociedad brasileña.

Expulsados de su propia patria por la política agraria del régimen militar, los "sin tierra" van a servir -en forma inconsciente, es obvio- a los propósitos expansionistas de los generales brasileños.

Esa corriente migratoria podría no constituir un mal para el Paraguay (al contrario) si éste tuviese condiciones para integrar y asimilar a los nuevos habitantes. Sin embargo -por una serie de factores que van desde el atraso económico hasta el cultural eso no sucede. Se habla en portugués; las tradiciones culturales son las brasileñas; la moneda que circula es el cruceiro; las radios y la televisión que se escuchan son las de la madre patria.

Solamente un cambio muy radical en esa situación podría impedir que suceda con los territorios vecinos a Brasil lo que ocurrió a mediados del siglo pasado con las provincias más ricas de México, anexadas finalmente por los Estados Unidos.

Paralelamente, las grandes empresas madereras, siguiendo la ruta de las araucarias y de otras esencias forestales nobles y después de devastar las forestas del norte de Rio Grande do Sul y oeste de Santa Catarina y Paraná, avanzan ahora sobre el Paraguay. Las consecuencias futuras son previsibles: liquidación indiscriminada de la selva, alteración del clima y del régimen de lluvias, cambios ecológicos, desiertos.

Los tradicionales ganaderos del sur de Brasil son también protagonistas en el proceso de ocupación del Paraguay. Como, a consecuencia de la fabulosa valorización de los campos determinada por los cultivos mecanizados de trigo, saja y arroz, la pecuaria extensiva ya es antieconómica en Rio Grande do Sul, la solución es comprar campos baratos en el Paraguay.

Protagonizan igualmente el proceso pequeños y medianos industriales y comerciantes (expulsados por la rápida concentración capitalista que se verifica en Brasil y por el avance de las empresas transnacionales) y todo tipo de intermediarios, especuladores, contrabandistas, aventureros que encuentran campo fértil para su actividad en esa "tierra de nadie" en que Alfredo Stroessner transformó al Paraguay.

A nivel oficial encontramos la presencia imperial del Banco do Brasil. Según una revista internacional especializada, el banco oficial brasileño es actualmente, por sus depósitos, el octavo, por su capital y reservas, el séptimo del mundo. Fue el primero, en 1976, en lo relativo a los lucros conseguidos.

Con decenas de sucursales en el exterior -tanto en los países capitalistas centrales como en los limítrofes a Brasil- el Banco do Brasil es una pieza clave en los proyectos expansionistas de los militares geopolíticos brasileños.

Financiando la ampliación del intercambio comercial de Brasil con sus vecinos, dando total cobertura financiera a los proyectos de los empresarios brasileños allende las fronteras, concediendo créditos baratos a los latifundistas, industriales y comerciantes nativos, el Banco do Brasil se va tornando en el principal y decisorio centro financiero en países como el Paraguay, Bolivia y Uruguay. Completa así, con total eficiencia, la acción de los diplomáticos de Itamaratí.

Esta es, en la práctica, la teoría de las fronteras vivas de Brasil, un tremendo desafío a la vocación soberana, a la conciencia nacionalista y a la capacidad de resistencia de gobiernos y pueblos limítrofes.

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31. La Cuenca del Amazonas: el segundo gran objetivo geopolítico del régimen militar brasileño

Mientras trataba -con bastante éxito, como vimos- de imponer su hegemonía sobre el Cono Sur del continente, el régimen militar brasileño no estuvo inactivo en la región norte del subcontinente. Analizamos, en detalle, en la Parte V de este libro, los ambiciosos proyectos expansionistas brasileños en la Amazonia, fundados especialmente en la construcción de supercarreteras con confesados objetivos integracionistas-anexionistas.

Paralelamente a la implantación de la infraestructura vial necesaria para integrar toda la región bajo la hegemonía brasileña, se verificaron varias ofensivas de Itamaratí sobre países de la región.

Uno de los principales objetivos brasileños en el Norte es el carbón colombiano. Muy bien dotado de recursos naturales en general, Brasil sufre de algunas deficiencias específicas muy importantes que constituyen serios obstáculos a su desarrollo como potencia industrial.

Las deficiencias más limitativas se radican en el sector combustibles. La dependencia en petróleo es enorme: las importaciones, que corresponden a 82 % del consumo, se situaron, a partir de 1974, entre 3 y 4.000 millones de dólares anuales.

La falta de carbón siderúrgico constituye otro "talón de Aquiles" de la economía brasileña. El producto nacional es de mala calidad: produce mucha ceniza y pocas calorías. Solamente puede ser utilizado en siderurgia mezclado con el importado, en un porcentaje de solamente 20/30 %.

Esa limitación constituye un enorme obstáculo al ambicioso Plan Siderúrgico Nacional, que prevé una producción de 42 millones de toneladas de acero en 1985. La importación del carbón entonces necesario significaría una evasión de divisas de aproximadamente 4.000 millones de dólares.

En los últimos años, las esperanzas de los técnicos brasileños de resolver el problema del carbón se habían centrado en la posibilidad de Brasil de explotar los enormes yacimientos existentes en la región de Cundinamarca, en Colombia, los más grandes conocidos en América del Sur.

Durante el gobierno de Misael Pastrana Barrero, el Itamaratí había conseguido un acuerdo preliminar que preveía la constitución de una empresa binacional para la exploración y explotación de los mencionados yacimientos.

Con una inversión inicial de 500 millones de dólares, Brasil se aseguraría un aprovisionamiento seguro de cien millones de toneladas en los próximos veinte años.

Sin embargo, surgió un obstáculo político. El nuevo gobierno colombiano, encabezado por Adolfo López Michelsen, rechazó como imperialistas los proyectos brasileños. Su ministro de Minas y Energía, Eduardo del Hierro Santa Cruz, declaró el proyecto "lesivo a los intereses nacionales".

Esa posición irritó profundamente al gobierno de Brasilia. El embajador brasileño en Bogotá protestó contra las declaraciones del ministro y negó propósitos imperialistas de parte de Brasil. Sin resultado, pues las negociaciones se interrumpieron.

Preocupado con la negativa de Bogotá, el gobierno brasileño trató de resolver el problema por otro lado. Superando las resistencias internas que obstaculizan el comercio con los países socialistas, firmó en 1974 un acuerdo con Polonia. Por el mismo, el gobierno polaco se compromete, en canje de mineral de hierro brasileño a proveer a Brasil de crecientes cantidades de carbón: 500.000 toneladas inicialmente, 810.000 en 1980 y 2.300.000 en 1985.

Como lo contratado con Polonia resuelve solamente una pequeña parte de las necesidades, Brasilia siguió presionando a Bogotá en los últimos años.

Y lo hizo aparentemente con éxito. Durante la visita a Brasilia, en la segunda quincena de junio de 1976, del canciller colombiano Indalecio Lievano Aguierre, los dos gobiernos se pusieron de acuerdo.

Se firmó el Acuerdo del Carbón, que establece la constitución de una empresa binacional y el año de 1978 como el plazo límite para el inicio de la producción en escala industrial de los yacimientos de Cundinamarca.

Se fijaron igualmente las cuotas de carbón a ser entregadas a Brasil en una escala creciente, de acuerdo a las necesidades de su siderurgia, hasta un total de 5O millones de toneladas.

Innegablemente, una victoria más de la diplomacia brasileña. Una victoria de fundamental importancia para el desarrollo industrial de Brasil y que trasciende ampliamente el campo económico.

El Acuerdo del Carbón podrá ser la etapa decisiva de la satelización de Colombia 157.

La revolución peruana liderada por el general Velasco Alvarado constituyó, desde el primer momento, una preocupación muy seria y permanente para el régimen militar brasileño.

El "modelo peruano" era la alternativa nacionalista y progresista al "modelo brasileño", antipopular, proimperialista y, a la vez, expansionista.

La posibilidad de que los militares de los demás países de Latinoamérica (inclusive sectores de las fuerzas armadas brasileñas) pudiesen ser influenciados por la ideología nacionalista popular y reformista de los generales peruanos, era considerada como un riesgo muy serio por Brasilia y, obviamente, por Washington.

Además de la posibilidad de que el "modelo peruano" resultase de más fácil "exportación" que el brasileño (lo que perjudicaría los planes de integración del subcontinente bajo la hegemonía yanqui-brasileña), el régimen militar brasileño se sentía directamente perjudicado por la acción nacionalista de los militares peruanos.

Así, la tentativa brasileña de participar -directa o indirectamente con base en industrias satélites instaladas en Bolivia o Chile en el Acuerdo de Cartagena, habría sido, según fuentes oficiales brasileñas, vetada por Lima: "Colombia y Perú cerraron a Brasil las puertas del Pacto Andino" 158.

Por otro lado, el gobierno de Lima estaría obstaculizando otra de las posibilidades de Brasil de establecer su presencia en el Pacífico. La Transamazónica, con sus 5.500 kilómetros de extensión, tiene un objetivo fundamental: alcanzar al Gran Océano. Como los militares peruanos se rehusasen a conectada con el sistema vial peruano en Pucallpa, la monumental obra terminaba melancólicamente en la selva.

Con los cambios verificados en la conducción política peruana, renacieron las esperanzas de Brasilia. Walder de Goes, un tradicional vocero de los geopolíticos brasileños, movido por la euforia neoimperialista, cometía una serie de indiscreciones en una nota publicada el 31/7/76, en Jornal do Brasil:

"Los cambios en el cuadro peruano, la atenuación de su marcha hacia la izquierda y el próximo encuentro entre los presidentes Geisel y Bermúdez, están realimentando en Brasilia antiguas y desvanecidas convicciones sobre la política de Brasil en América del Sur.

"Una alta figura del gobierno me dijo, hace días, que ‘un ajuste con el Perú sería importante principalmente teniendo en vista la Amazonia’. Hay que recordar que la Amazonia, la Cuenca del Plata y África, son piezas referenciales de un mismo ajedrez vital para Brasil, ahora que viejos sueños heroicos renacen en el Planalto." 159.

Efectivamente, el 5/11/76, en el centro del río Amazonas, en la frontera de los dos países, a bordo de dos barcos de guerra, se reunieron los presidentes, generales Ernesto Geisel y Morales Bermúdez.

El gobierno brasileño esperaba mucho del encuentro, especialmente en relación a la explotación de los yacimientos de cobre y de petróleo peruanos, empresas binacionales mediante. Los diarios brasileños hablaban igualmente de una binacional para la producción de raciones animales mixtas a partir de la harina de pescado peruana y de los residuos de la saja brasileña.

En el campo geopolítico se preveía un acuerdo sobre la interconexión de la Transamazónica con el sistema vial peruano que lleva a Callao, en el Pacífico. Y el "visto bueno" de Lima para la formación de un organismo multinacional para planear y ejecutar el desarrollo integrado de la región amazónica.

Sin embargo, los resultados fueron bastante más modestos. De acuerdo a la Declaración Conjunta firmada en la oportunidad, ninguno de los grandes objetivos de Itamaratí fue alcanzado.

Concretamente se decidió incrementar el intercambio comercial entre los dos países. Perú proveerá a Brasil de minerales no ferrosos, especialmente cobre y sus derivados, productos pesqueros y fertilizantes. Las exportaciones brasileñas serán fundamentalmente de manufacturados, bienes de capital y productos del agro.

Ninguna palabra sobre empresas binacionales. Ninguna referencia a la interconexión de los sistemas viales. Sobre la integración de la cuenca amazónica fue visible la preocupación del gobierno de Lima de no comprometerse demasiado.

Fue decidida la formación de "una. subcomisión brasileño peruana para la Amazonía, para examinar y coordinar la orientación general que deberá ser dada a la cooperación entre los dos' países en las regiones amazónicas brasileña y peruana".

Parece evidente que todavía existen contradicciones serias entre los regímenes militares de Perú y Brasil. La oposición de Perú al Pacto Amazónico en la reunión realizada en Brasilia, a fines de noviembre pasado (que analizaremos más adelante), es una prueba de que el país andino está lejos de transformarse en un satélite de Brasil.

Guyana y Surinam son también blancos de la ofensiva expansionista brasileña. Ya vimos cómo en noviembre de 1971, en ocasión de la visita del entonces canciller brasileño a Georgetown, se habían establecido convenios muy importantes para la concreción de los planes geopolíticos brasileños: conexión de los sistemas viales de los dos países y cesión de la propia Georgetown a Brasil, como puerto libre. Sería la concreción de otro de los "sueños heroicos": la presencia brasileña en el Caribe.

Posteriormente desmejoraron drásticamente las relaciones entre los dos países. El primer ministro de Guyana, Forbes Burnham, saludado entusiastamente en Brasil por haber derrotado al marxista Cheddi Jagan, pasó a ser acusado también de "comunista" por la prensa brasileña.

Se denunciaba el hecho de que el 70 % de la economía del país estaría ya socializada; que se estaría organizando un partido de características leninistas, apoyado en milicias populares; y lo que era considerado todavía más grave: Guyana estaría demasiado vinculada a La Habana.

Durante la crisis angolesa, la prensa brasileña acusaba duramente al gobierno de Georgetown por permitir la utilización de su territorio como escala para las tropas cubanas destinadas al África.

Algunos sectores, todavía más histéricos, llegaron a denunciar la existencia de campos de entrenamiento, donde se estarían preparando las tropas cubanas para una futura invasión de América del Sur. Era evidente que se trataba de una campaña de preparación psicológica para una eventual intervención armada brasileña en la ex colonia británica.

Con la rápida derrota de los mercenarios proyanquis en Angola, se desinfló la provocación. Sin embargo, era evidente que bajo el actual gobierno difícilmente Guyana sería utilizada como trampolín por Brasil para asomarse a los mares del norte de América del Sur. Había que encontrar otra "cabeza de puente", otro aliado en la región.

Esa posibilidad pareció concretarse en la segunda quincena de junio de 1976 con la visita a Brasilia del canciller y primer ministro de Surinam, Henck Arron.

De las negociaciones del visitante con el canciller brasileño Azeredo da Silveira quedó evidente el propósito de incorporar a la flamante república al "área de influencia" brasileña. Y, además, de intentar agudizar y capitalizar en favor de Brasil las divergencias entre Surinam y Guyana.

"El problema de fronteras entre Surinam y Guyana será uno de los temas de las conversaciones entre los cancilleres Henck Arron y Azeredo da Silveira", informaba Jornal do Brasil del 22/6/76.

El premier de Surinam firmó en Brasilia un Acuerdo de Cooperación Técnica y Científica y el compromiso de constituir una Comisión Mixta Brasil-Surinam.

Sintiéndose aparentemente amenazado por esa situación, el gobierno de Guyana trató de tranquilizar a su grande y poderoso vecino.

Mandó a Brasilia a su canciller, Frederick Wills, a desmentir la presunta tendencia comunista del gobierno de Georgetown.

Seguramente impresionado con la tradicional hospitalidad brasileña, con el trato principesco que el gobierno brasileño dispensa a sus huéspedes oficiales, el canciller de Guyana formuló declaraciones que les encantaron, en principio, a los diplomáticos de Itamaratí:

"No creo que Brasil tenga sueños de hegemonía continental 160. Cuando los países de habla española hacen ese tipo de acusación, hacen una transposición de la vieja querella vigente en la península ibérica".
Y para demostrar concretamente que su gobierno no le teme al supuesto imperialismo brasileño, Wills agregó: "Brasil podrá representar en relación a Guyana el papel, tradicionalmente reservado a las metrópolis por las antiguas colonias, de proveedor de tecnología y know how, bienes de capital y equipos industriales" 161.

El propio Ministerio de Relaciones Exteriores brasileño terminó por preocuparse con los excesos de lenguaje del visitante:

"Vocero de Itamaratí se negó a comentar las declaraciones del canciller de Guyana".

No se puede negar a Itamaratí una cualidad fundamental: perseverancia. A medida que fracasan sus planes expansionistas, otros nuevos son elaborados y puestos en práctica.

Las relaciones diplomáticas entre Venezuela y el régimen militar – brasileño fueron inicialmente muy críticas. Coherente con su doctrina contraria a los regímenes militares, el presidente Rómulo Bettancourt retiró el embajador venezolano de Brasilia, en 1964.

La situación mejoró a partir de 1969, bajo el gobierno de Rafael Caldera. Se verificó inclusive un encuentro entre el primer mandatario venezolano y el general presidente de turno de Brasil, Garastazú Médici.

La importancia de Venezuela en el concierto internacional aumentó considerablemente en 1973/74, cuando su ingreso de divisas generadas por el petróleo aumentó de 3,8 a 9,9 mil millones de dólares.

Esa euforia económico-financiera coincidió con la asunción al poder de Carlos Andrés Pérez. El flamante gobierno parecía constituirse en la propia antítesis del régimen militar brasileño: liberal en lo político y nacionalista en lo económico.

Venezuela se constituiría en un verdadero oasis de libertad en una América latina casi totalmente copada por regímenes militares más o menos autoritarios.

Con la nacionalización de los yacimientos de petróleo y de hierro, Pérez cumplió una etapa importante en el proceso de liberación de Venezuela.

En lo internacional, la política de Pérez era igualmente progresista: una combativa posición en el seno de la OPEP, tercermundismo y una definición muy clara en relación a la integración latinoamericana en términos no imperialistas.

A consecuencia de esas políticas diametralmente opuestas, las relaciones entre Caracas y Brasilia volvieron a ser frías, indiferentes.

Referencias contenidas en el Mensaje Presidencial mandado por Andrés Pérez al Congreso el 12 de marzo último, molestaron al gobierno brasileño. Consecuencia: el programado viaje del canciller brasileño a Caracas fue postergado.

Críticas en el Parlamento y en la prensa venezolana hicieron deteriorar todavía más las relaciones Caracas-Brasilia. El deterioro aumentó cuando la señora Carter y el presidente norteamericano apuntaron a Venezuela como el "modelo político" para América latina. Los militares brasileños se sentían despreciados por Washington en beneficio de Venezuela.

La visita del presidente argentino general Jorge Rafael Videla a Caracas constituyó otro factor de desconfianza. La posibilidad de un eje Venezuela-Argentina, que podría constituir un obstáculo decisivo a los planes expansionistas brasileños, preocupó visiblemente a Itamaratí.

Sin embargo, y en forma todavía no explicada, ocurrió un nuevo cambio en Caracas. Aparentemente el mismo coincidió con la sustitución del canciller Escobar Salom (considerado antibrasileño), por Simón Alberto Consalvi, el 17/7/77.

Otro factor que podría haber influido en el cambio de orientación del gobierno venezolano fue el aflojamiento de las presiones de Carter sobre el Brasil, consustanciado en el anuncio, verificado el 23 de setiembre, de su visita a Brasilia.

Dos días después el flamante canciller venezolano anunciaba el acuerdo de su gobierno al Pacto Amazónico, propuesto por Brasil.

Del encuentro del canciller Consalvi con Azeredo da Silveira en la Asamblea General de Naciones Unidas, se originó la visita del canciller brasileño a Caracas. Como una prueba del resentimiento existente en Brasil en relación a Venezuela, Silveira, a su llegada a Brasilia, trataba de explicar que "el encuentro (con el presidente Carlos Andrés Pérez) no había sido solicitado por el gobierno brasileño".

El 23 de octubre se anunciaba la visita del presidente venezolano a Brasil. La misma estaba aparentemente vinculada a la posteriormente suspendida visita del presidente Carter.

En los días que precedieron a la visita del presidente Pérez eran evidentes posiciones claramente divergentes entre los dos gobiernos, por lo menos en tres asuntos de la más alta relevancia.

En entrevista concedida a un enviado especial de Jornal do Brasil, el 13/11/77, Pérez defendía "la creación conjunta de una gran empresa latinoamericana de energía nuclear, que nos permitiría estudiar, proyectar y hacer prospectivas para un desarrollo global, que paralelamente contribuiría definitivamente para neutralizar las suspicacias que el uso del átomo y de la energía nuclear puede crear en nuestros países".

Dos días después un vocero de Itamaratí contestaba indirectamente la sugerencia del presidente Pérez: "El gobierno brasileño tiene una posición bien clara en ese asunto. El considera que tiene todo el derecho a conducir nacionalmente su programa nuclear y lo está haciendo en cooperación con la República Federal de Alemania".

El presidente Pérez ha declarado reiteradamente la necesidad de la creación de un organismo internacional para "supervisar el cumplimiento de las normas de los derechos humanos".

También en forma reiterada el gobierno brasileño ha rechazado la idea, argumentando que la creación de dicho organismo o una acción en ese sentido de las Naciones Unidas constituiría “una quiebra del derecho de autodeterminación y una injerencia en los asuntos internos de los países”.
El primer mandatario venezolano surge actualmente como el campeón de la integración latinoamericana. Es en cierto modo el sucesor de Perón, que hace un cuarto de siglo lo afirmaba: “El año 2000 nos encontrará unidos o dominados162.

Carlos Andrés Pérez amplía la tesis, coloca el dilema integracionista de los latinoamericanos en términos actuales, "dando nombre a los bueyes": "O nos integramos o las multinacionales harán la integración por nosotros y continuaremos dependientes. La soberanía económica no será conseguida y de ella no disfrutaremos si no acontece la integración".

Está bien clara en la formulación presidencial la diferencia entre los dos tipos de integración posible en América latina: la  integración como factor de liberación, protagonizada por nuestros pueblos, y la integración como un factor más de dependencia, protagonizada por las empresas transnacionales.

Sin embargo, a nuestro entender, el presidente venezolano se equivoca al ubicar a Brasil dentro del proceso integracionista latinoamericano.

En varias oportunidades Carlos Andrés Pérez negó los propósitos expansionistas de Brasil:

"Es bien conocida la posición que asumí cuando se quiso presentar a la gran nación brasileña como una especie de fantasma que amenaza la integridad territorial o, de alguna forma, el progreso independiente de nuestras naciones.

"Esos comentarios se originan en la antigua geopolítica del Viejo Mundo 163 , que se fundamenta en el predominio unilateral y en la lucha por el liderazgo individual. Esa no es la realidad de América latina.

"En América latina, ningún país busca ese predominio unilateral y ni siquiera sería posible que lo buscara, por la historia, por el concepto que tenemos de nuestra individualidad como naciones y por la necesidad que tenemos los unos de los otros".

 Infelizmente (y nadie más que nosotros, como brasileños, lo lamentamos), el proceso de integración protagonizado por Brasil no es el soñado por los libertadores, por Manuel Ugarte, por Perón, por el "Che" Guevara, por el mismo presidente Pérez; es la antítesis del mismo.

El proyecto integracionista en marcha trata de mantener la dependencia hacia los "centros exteriores de poder y decisión". Con la eliminación de las fronteras económicas se objetiva fundamentalmente tornar más racional la explotación de nuestros países por las transnacionales.

Además, establece un intermediario en la dependencia y en la explotación, el key country; en el caso, Brasil.
Brasil está practicando lo que el presidente Pérez, en otras oportunidades, admitió ser práctica imperialista: la integración bilateral. Es lo que ocurre en relación a Bolivia, al Paraguay, al Uruguay, etcétera, y que analizamos en detalle a lo largo de este libro.

Inclusive cuando participa en organismos multilaterales -como la Cuenca del Plata-, el régimen militar brasileño no considera los intereses colectivos de los países miembros. Actuando en forma bilateral, trata de establecer su hegemonía sobre cada uno de ellos. Creemos haberlo demostrado en forma fehaciente.

En consecuencia, el neoimperialismo protagonizado por Brasil y por las empresas transnacionales no llevará a la Patria Grande. El resultado -si se concretan los planes de los geopolíticos brasileños- será la "colonia grande, integrada". Y los beneficiarios no serán nuestros pueblos sino los centros exteriores de poder, los monopolios internacionales y la burguesía asociada brasileña.

Es dentro de ese cuadro de situación, de ese conjunto de condiciones objetivas y subjetivas, que el Itamaratí colocó en el orden del día el problema de la integración amazónica.

Los diarios brasileños de la segunda quincena de marzo divulgaron una información considerada top secret. La misma se refería a las consultas reservadas hechas por el Ministerio de Relaciones Exteriores brasileño a sus congéneres de Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, Guyana y Surinam sobre la conveniencia de un Pacto Amazónico, un plan de integración multilateral de la cuenca más grande y más rica del mundo.

Inicialmente se verificó alguna resistencia al proyecto, provocada por el natural temor de que el mismo involucrase una maniobra más de Itamaratí con el propósito de establecer la hegemonía brasileña en la región amazónica.

Y el temor se fundaba en lo que ocurre en la Cuenca del Plata y a lo largo de la inmensa frontera terrestre de Brasil: un duro y acelerado proceso expansionista protagonizado por el régimen militar brasileño respaldado por los países capitalistas centrales y por las empresas transnacionales.

¿Qué pretende el Pacto Amazónico?.

Un anteproyecto elaborado por Itamaratí 164, que circuló "reservadamente" entre las cancillerías de los demás países de la región, nos esclarece al respecto:

El artículo 19 establece: "Las partes contratantes concuerdan en conjugar esfuerzos con miras a promover el desarrollo de sus respectivos territorios amazónicos, así como la conservación y utilización de sus recursos naturales".

Por un lado, el pacto prevé la manutención de las respectivas soberanías: "... el libre uso y aprovechamiento de los recursos naturales en sus respectivos territorios...".

Por otro, establece amplias aperturas integracionistas: "... la más amplia libertad de navegación; la coordinación de los actuales servicios de salud; la estrecha cooperación en los campos de pesquisa científica y tecnológica; medidas tendientes a propiciar el desarrollo integrado de la región, medidas de interconexión vial, exención aduanera para las poblaciones fronterizas y la integración física de la región".

En resumidas cuentas, Brasil pretende la creación de un organismo multinacional constituido por los países de la región, con el objetivo de promover en forma conjunta y racional el desarrollo de la cuenca.

Teóricamente, un proyecto que se encuadraría en los ideales unitarios heredados de la gesta de la independencia hispanoamericana, y que podría ser un paso adelante en la formación de la "Patria Grande" de los latinoamericanos.

Sin embargo, la experiencia equivalente que se desarrolla en la Cuenca del Plata demuestra que una idea progresista, generosa, como la contenida en la declaración de principios del Acta de Santa Cruz de la Sierra (anteriormente citada), puede ser completamente desvirtuada, transformándose en cobertura para los propósitos hegemónicos de uno de los países miembros.

A pesar de que el proyecto de la Cuenca del Plata tuviera origen en la cancillería argentina, fue Brasil quien lo utilizó para facilitar y acelerar sus planes geopolíticos en el sur del continente. Una prueba de que la experiencia resultó gratificante para los intereses brasileños la podríamos sacar del hecho de que Itamaratí pretende ahora repetir la praxis en la Cuenca Amazónica.

La creación de organismos multinacionales -como la Cuenca del Plata y como pretende ser el Pacto Amazónico- se adecua perfectamente a la teoría fundamental de los geopolíticos brasileños, a la doctrina de las "fronteras vivas".
Para convencer a los que todavía no creen en el expansionismo brasileño, hay que repetir hasta el cansancio la mejor y más autorizada de las formulaciones sobre fronteras vivas ya hecha en Brasil: la del ex jefe de la División de Fronteras de Itamaratí, Teixeira Soares:

"... la frontera, hoy, no tiene más la concepción lineal de otros tiempos. Es diferente y dinámica, porque ella amenaza o retrocede conforme a las circunstancias. Siendo algo vivo, ella ejerce una presión natural sobre la frontera económica y demográficamente más débil ... " 165.

Un acuerdo de desarrollo regional, al proceder a ciertas aperturas en las fronteras tradicionales, debilita la soberanía de los países miembros en beneficio de alguno de ellos. En el caso del Plata y de la Cuenca Amazónica (si se concreta el Pacto) el gran beneficiario de ese aflojamiento de fronteras, de ese relax en la soberanía, solamente puede ser Brasil.

En la Cuenca del Plata, en todos los casos, las fronteras económica y demográficamente más débiles son las de los países limítrofes a Brasil. En consecuencia, la influencia, la presencia y la hegemonía de Brasil se ejerce cada vez más allende los marcos fronterizos, que pasan a ser simples trazos en los mapas políticos del sub continente.
En la región amazónica la desproporción entre el potencial demográfico y económico de Brasil y de los demás países es todavía más grande. No existe en la Cuenca del Amazonas ningún país, como la Argentina, también altamente desarrollado industrialmente, que pudiese neutralizar parcialmente al menos el avance brasileño.

En su posición triunfalista, sobreestimando su poder de decisión y subestimando la capacidad de resistencia de los otros países, el Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil se condujo en forma muy poco hábil en la presentación del proyecto del Pacto Amazónico.

En el discurso inaugural de la reunión de Brasilia, a fines de noviembre, el canciller Azeredo da Silveira, desde lo alto de su autosuficiencia, decía eufórico:

"La unánime receptividad y el vivo interés con que aceptaron esa sugerencia viene a comprobar que ya se encuentran plenamente maduradas las condiciones para darle forma a la realidad. Fue solamente después de adquirir la certeza de esa confluencia de voluntades que Brasil se animó a tomar la segunda iniciativa en la materia: la presentación de un anteproyecto para servir de base a las conversaciones".

El desarrollo de la reunión vendría a demostrar que no se verificaba la "confluencia de voluntades" preconizada por el canciller brasileño.

El cónclave resultó un fracaso total.

Comentó el Jornal do Brasil: "El resultado prácticamente nulo de la reunión preparatoria frustró la esperanza brasileña de conseguir aprobar el texto del tratado ya en el primer encuentro".

Un vocero de Itamaratí, Luis Felipe Lampreia, en lo que podría ser interpretado como una crítica a su superior jerárquico, el ministro Silveira, admitió que el hecho de no haberse llegado “al texto final prueba que el ejercicio de la futurología es un arte arriesgado".

A pesar del hermetismo que caracterizó las negociaciones, se sabe que la principal oposición fue protagonizada por los representantes de Perú y Bolivia. Ellos habrían objetado especialmente la expresión "integración física" contenida en el anteproyecto de Itamaratí.

El mencionado diplomático dijo que no sabe a qué atribuir la exigencia boliviano -peruana de eliminar ese detalle del proyecto elaborado por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil.
Revisando los archivos de prensa de Itamaratí, el señor Lampreia podría encontrar una de las causas de la desconfianza de los países vecinos, específicamente de Bolivia y Perú, y de su veto al proyecto brasileño. En un diario del 22/8/76 podrá leer:

«Residen actualmente en los valles de los ríos Abuña, Xipamanu y Acre, en la Amazonia Boliviana y del Purús y Jacuã, del lado peruano, un mínimo de 10.000 familias brasileñas".

Son campesinos pobres brasileños, que expulsados de sus tierras por los latifundistas y de su propia patria por la política agraria del régimen militar, atraviesan las fronteras y sirven --de forma inconsciente, es obvio- a los propósitos expansionistas -conscientes- de los generales brasileños.

Ellos constituyen la "masa de maniobra" en la aplicación de la estrategia de las "fronteras vivas", en el proceso de "integración física" a que el gobierno brasileño está sometiendo a los países limítrofes.

Resulta obvio que esa invasión pacífica, pero no menos efectiva, sería enormemente ampliada y acelerada con la apertura de las fronteras establecidas por el proyecto brasileño del Pacto Amazónico.

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32. Dos "sueños heroicos" frustrados: el Brasil africano y el "mare nostrum"

Vimos en la V Parte de este libro lo que fueron los megalómanos planes de los geopolíticos brasileños de heredar –Comunidad  Afro-Luso-Brasileña mediante– las colonias portuguesas en África y de utilizar al propio Portugal como trampolín para que Brasil pudiera penetrar en el Mercado Común Europeo. Y también los proyectos de establecer la hegemonía brasileña sobre el Atlántico Sur, de transformarlo en un mare nostrum de Brasil.

Vimos igualmente cómo la "revolución de los claveles rojos" en Portugal y el incontenible avance de los movimientos guerrilleros de liberación en África hicieron fracasar completamente los delirantes proyectos del régimen militar brasileño.

A pesar de ser superado por la dinámica del proceso, Itamaratí no se dio por vencido, siguió peleando para salvar algo para Brasil y para el "mundo occidental y cristiano" de los despojos del imperio lusitano.

En el territorio metropolitano tuvo algún éxito gracias a la enorme capacidad del embajador general Carlos Alberto da Fontoura, que antes de ser designado para Lisboa había comandado el todopoderoso S.N.I., los servicios de inteligencia del régimen militar brasileño.

Vimos en el capítulo 27, por la referencia del New York Times, cómo en Estados Unidos se atribuye a la eficiente y discreta actuación de Brasil la "salvación" de Portugal del comunismo.

El hecho de que el general Fontoura continúe hasta hoy al frente de la representación diplomática brasileña en Portugal, contrariando todas las normas de ltamaratí, parece indicar que los "sueños heroicos" de los geopolíticos brasileños en relación a la antigua metrópoli sobreviven, al menos parcialmente.

En África las soluciones pragmáticas fueron más difíciles de adoptar. El Ministerio de Relaciones Exteriores brasileño tuvo que practicar verdaderos "saltos mortales", malabarismos de todo tipo y trucos de ilusionismo para adaptarse a la nueva realidad: la independencia total de Guinea-Bissau, Mozambique y Angola.

En un intento desesperado por borrar el hecho de haber sido el principal sostén del colonialismo lusitano, el régimen militar brasileño fue el primer gobierno en reconocer la independencia de Guinea-Bissau.

En relación a Mozambique, el pragmatismo de Azeredo da Silveira, el discípulo brasileño de Kissinger, no resultó. Entre las muchas virtudes que debe tener Zamora Maciel debe ser incluida la buena memoria. El líder revolucionario mozambiqueño no se olvidó de la posición procolonialista del régimen militar brasileño, solamente modificada a partir del boicoteo árabe a los países racistas colonialistas. Brasilia no fue siquiera invitada a las celebraciones de la independencia de Mozambique.

Por su riqueza en petróleo y uranio y por su estratégica ubicación sobre el litoral del Atlántico Sur, Angola constituía el principal blanco de los estrategas económicos y militares brasileños en África.

La exploración y explotación del petróleo y del uranio angoleños podría constituir la solución más viable para la crisis energética que liquidó el "milagro brasileño".

El establecimiento de bases aeronavales en el litoral angoleño podría haber sido el inicio de la concreción del más ambicioso sueño del general Golbery do Couto e Silva y de los almirantes brasileños: la transformación, con la ayuda norteamericana, del Atlántico Sur en un lago brasileño.

Descartada totalmente la integración de Angola por medio de la Comunidad Afro-Luso-Brasileña, el gobierno brasileño intentaría por otros caminos alcanzar, parcialmente al menos, sus objetivos.

El "qué hacer" en Angola constituyó un verdadero rompecabezas para la diplomacia brasileña. ¿A quién reconocer, con quién establecer relaciones, con el gobierno central presidido por Agostinho Neto, acusado de marxista y prosoviético, o a la fracción de Holden Roberto, apoyada por Estados Unidos?.

Itamaratí, bien informado, estaba convencido de que las posibilidades de victoria estaban totalmente al lado del Movimiento Popular de Liberación de Angola (MPLA) y pragmáticamente se inclinaba al reconocimiento del mismo como gobierno único en la antigua colonia.

Los militares ultras y los elementos más reaccionarios del gobierno brasileño se oponían y trataron de vetar esa solución. Otros sectores, más prudentes u oportunistas, como los que se expresaban a través de Jornal do Brasil, aconsejaban reconocer a los dos gobiernos. Lo importante era establecer una "cabeza de puente" en Angola. 

Terminó por prevalecer la posición "liberal", En la manifestación más extremada de su pragmatismo, Itamaratí reconoció al gobierno de Luanda y estableció relaciones diplomáticas y comerciales con el mismo.

La situación hizo crisis cuando se confirmó la presencia de cubanos luchando al lado del gobierno central, en contra de los mercenarios de Holden Roberto, apoyados por Estados Unidos y por China Popular. El gobierno de Geisel pasó a ser presionado por los militares ultras, que criticaban duramente a Itamaratí por "prestigiar a un gobierno marxista" y "codearse en Luanda con soviéticos y cubanos".

La dosis de pragmatismo había sido exagerada. Actuando con realismo, Itamaratí dio un paso atrás. Retiró su embajador, Ovidio de Andrade Mello: "... necesita atención médica urgente" -informaba la nota oficial-. Era evidente el carácter político de la enfermedad del diplomático...

¿Constituyó efectivamente la posición brasileña en relación al gobierno de Agostinho Neto una rebeldía de Itamaratí frente al Departamento de Estado?.

¿Pueden los intereses brasileños en Angola haber pesado más que los prejuicios ideológicos -el anticomunismo primario- del gobierno brasileño?.

¿O el episodio constituyó una demostración brillante de cómo puede funcionar la política kissingeriana de los key countries?.

Estados Unidos, por su tradición imperialista y por su política interna racista, tiene evidentemente dificultades en establecer buenas relaciones con los países africanos recién salidos de la etapa colonialista.

Brasil, a pesar de haber estado profundamente comprometido con el colonialismo lusitano, pero actuando pragmáticamente y utilizando toda una serie de triunfos -su condición de país mestizo, su democracia racial, su tradicional política antirracista, los vínculos étnicos, históricos y culturales con África Negra (en el caso de Angola, Mozambique y Guinea-Bissau, inclusive lingüísticos ) - podría defender mejor los intereses norteamericanos en Angola que el Departamento de Estado.

En consecuencia, el aparente antagonismo entre Brasil y Estados Unidos en relación a Angola, puede no haber sido más que una inteligente maniobra táctica del State Department y de Itamaratí, una jugada con las características personales, maquiavélicas, de Kissinger.

Para actuar como key country, como delegado no ostensible de los Estados Unidos en África, Brasil tiene que, necesariamente, colocarse más a la izquierda que Washington. Puede así defender mejor los intereses occidentales cuando están amenazados y, obviamente, luchar por concretar sus propios objetivos.

Cuando, en el futuro y dentro de la tradición norteamericana, Kissinger publique sus memorias, es posible que constatemos que las divergencias entre Washington y Brasilia en relación con Angola no fueron reales sino una brillante maniobra de diplomacia secreta.

De cualquier manera -actuando como delegado de Estados Unidos o por cuenta propia- el régimen militar brasileño mantuvo su posición inicial. Se restableció la representación diplomática, se renovaron proposiciones en el sentido de que Petrobrás participara en la explotación del petróleo angoleño y se intensificaron las relaciones comerciales entre los dos países. Los diarios del 1/7/76 anunciaban la concesión de un crédito de 50 millones de dólares destinado a la adquisición, por Angola, de bienes de capital brasileños. Ya agotado ése, se anunció recientemente otro, por igual valor.

Todo eso, es evidente, dentro de la convicción de que Angola, por la mano de Brasil y a ejemplo de lo ocurrido en Portugal, podrá ser reconquistada para el "área de influencia occidental", El propio presidente Geisel, defendiéndose de las acusaciones de sus colegas ultras, afirmó que la presencia brasileña en Angola es la mejor manera de contrarrestar la influencia soviética y cubana.

La actual política "progresista" brasileña en el continente negro no se limita a Angola. En una posición radicalmente distinta a la del anterior 166, el gobierno del general Geisel se opone a los regímenes raciales de África del Sur y Rhodesia.

El 24/7/76 la prensa brasileña anunció que Itamaratí había condenado la política racista de África del Sur, su presencia en África sudoccidental y que había reconocido oficialmente a la Organización del Pueblo de África del Sudoeste (SWAPO).

Ese cambio en la política africana de Brasil llevó a una inevitable modificación en los planes brasileños sobre el Atlántico Sur.

Así como el "destino manifiesto" de Brasil sobre América del Sur se origina en el destino manifiesto de Estados Unidos sobre todo el continente, las pretensiones brasileñas sobre el Atlántico Sur se fundamentan en el hecho de que (para utilizar las palabras del general Golbery) "la gran nación amiga del Norte hizo del mar de las Antillas un gran lago americano", ¿Por qué no hacer del Atlántico Sur un lago brasileño?.

En la primera parte de su libro, escrita en 1952, el general Golbery do Couto e Silva ya reivindicaba para Brasil el dominio sobre el Atlántico Sur: "Si la geografía confirió a la costa brasileña y a su promontorio nordestino un casi monopolio de dominio en el Atlántico Sur, ese monopolio debe ser ejercido exclusivamente por nosotros… ".

La pretensión brasileña de ejercer el total monopolio en la defensa del Atlántico Sur (instrumentado materialmente por un aliado que se encuentra fuera de la región) se encuadra perfectamente en la teoría de los key countries. Si Brasil merece la total confianza de Estados Unidos para actuar como delegado suyo en América del Sur, ¿por qué no atribuirle también la tarea de defender el estratégico océano?.

La solución abogada era la conjugación de los respectivos recursos: las estratégicas bases del litoral nordeste de Brasil y los marinos brasileños y los barcos, aviones y equipos bélicos sofisticados de Estados Unidos.

El esquema defensivo del Atlántico Sur quedaría perfecto si Brasil hubiese conseguido heredar -Comunidad Afro-Luso- Brasileña mediante- los territorios de Angola y Guinea-Bissau, estratégicamente colocados en el litoral sudoccidental de África y las islas portuguesas del Atlántico.

Durante el gobierno de Garrastazú Médici (1969/74), los almirantes brasileños, dentro del espíritu de la "comunidad lusitana" y sin ningún prejuicio en relación al apartheid, abogaban por la ampliación de la alianza con la incorporación al esquema defensivo del Atlántico Sur de Portugal y Unión Sudafricana. En la época llegaron a programarse maniobras navales conjuntas: el Operativo Cabralia.

Sin embargo, la euforia duró poco. Con la revolución del 26 de abril en Portugal y la liberación definitiva de Guinea-Bissau y Angola, el "esquema óptimo" quedó perjudicado. Posteriormente, como consecuencia de la campaña mundial en contra del régimen racista de Johannesburg, hubo que archivar también los planes de alianza con África del Sur.

Hubo que volver al proyecto primitivo: el de la alianza Brasil-Estados Unidos. En la primera quincena de enero de 1976, las esperanzas brasileñas en ese sentido fueron grandemente fortalecidas en razón de una entrevista de Edward Mulcahy, secretario adjunto para Asuntos Africanos del Departamento de Estado, al O Estado de S. Paulo.

El diario brasileño titulaba la entrevista con orgullo patriótico: "La defensa del Atlántico Sur dependerá de Brasil". Según las declaraciones atribuidas al funcionario yanqui, bases aeronavales brasileñas serían utilizadas por Estados Unidos para "hacer frente a la nueva amenaza soviética" (la presencia de soviéticos y cubanos en Angola) y la marina de guerra de Brasil sería ampliada con barcos modernos y altamente sofisticados.

Hubo en el caso una evidente precipitación o una indiscreción del funcionario. Las negociaciones deberían permanecer en secreto. En consecuencia, la embajada norteamericana en Brasilia se apresuró a desmentir las declaraciones de Mr. Mulcahy, negando inclusive que éste hubiese concedido una entrevista al tradicional diario brasileño.

Posteriormente, volvió a circular con bastante insistencia la versión de que, a ejemplo de la OTAN, sería creada una organización para la defensa del Atlántico Sur, que incluiría a los países atlánticos de América del Sur y África del Sur.

El gobierno brasileño se opuso desde el comienzo a la medida. En primer lugar porque la inclusión de África del Sur perjudicaría totalmente su actuación actual en los países de África Negra. En segundo, porque la OTAS significaría mantener, como en la Junta Interamericana de Defensa, la solución colectiva, multilateral, que choca frontalmente con la política bilateral establecida por Kissinger, tan favorable a los propósitos hegemónicos de Brasil.

Aparentemente, el Pentágono se decidió en contra de la solución multilateral. Los diarios del 8/12/77 publican declaraciones, hechas en Bruselas, del secretario de Defensa de Estados U nidos, Harold Brown. Estas son bastante categóricas: "Estados Unidos no apoyará la creación de un sistema de defensa paralelo a la Organización del Atlántico Norte, en el Atlántico Sur".

Eso no significa, sin embargo, que se concrete la alianza pretendida por los militares brasileños. Eso no ocurrirá por lo menos mientras se mantenga la actual política de Carter en relación con el régimen militar brasileño.

Además, hay que considerar que en los últimos años, inicialmente como consecuencia del cierre del canal de Suez y actualmente en razón de las limitaciones de éste para el pasaje de los grandes barcos petroleros, el Atlántico Sur vio su importancia estratégica muy aumentada: actualmente 2/3 del petróleo que se consume en el Occidente es transportado por sus aguas.

Considerando esa importancia, difícilmente Estados Unidos y sus aliados europeos aceptarán pasar a terceros la responsabilidad por la seguridad del Atlántico Sur. Es mucho más probable que se amplíe -legalmente o de facto- la Organización del Tratado del Atlántico Norte, que los países centrales se hagan cargo, directamente, de la defensa de la porción sur del Atlántico.

Naufraga así, a pesar de la innegable capacidad negociadora de Itamaratí, el sueño de los almirantes brasileños de transformar el Atlántico Sur en un lago brasileño.

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PERSPECTIVAS

Cuando -en el primer semestre de 1973- terminamos de escribir la versión argentina de "¿Irá Brasil a la guerra?", las posibilidades de hacer frente con éxito al entonces incipiente expansionismo brasileño eran todavía muy buenas.

En primer lugar, el proceso de "satelización" de los tres "chicos" de la Cuenca del Plata -Bolivia, Paraguay y Uruguay- recién empezaba. Los objetivos de los geopolíticos brasileños allende las fronteras no estaban todavía bien definidos. Eran pocos inclusive los que creían en un imperialismo o sub imperialismo brasileño.

Entre las muchas críticas negativas a nivel personal que recibimos en ambas orillas del Plata, la mayoría se centraba en una posible exageración contenida en nuestras denuncias, explicable por nuestra militancia en contra del régimen militar brasileño. El "diablo" no podría ser tan feo...

Otras llegaban a tener connotación racista: "¿Cómo puede Brasil, un país de negros, un país mestizo, que solamente se destaca en el fútbol y el carnaval, transformarse en una potencia imperialista, o siquiera en un sub imperio a servicio del capitalismo mundial?".

Como si el imperialismo fuese privilegio de las "superiores razas nórdicas", especialmente de los anglosajones.
Por otro lado, se verificaba la existencia en el subcontinente de tres gobiernos que -a pesar de sus orígenes, de su composición y de sus métodos de acción distintos- presentaban como denominador común su carácter popular, su tendencia reformista y su nacionalismo.

Y esos gobiernos tenían jurisdicción sobre tres países clave para el equilibrio -político, económico y militar- de América del Sur: Cámpora-Perón en la Argentina, Salvador Allende en Chile y Velasco Alvarado en Perú.

Pronosticábamos entonces la posibilidad de formación de un frente nacionalista-popular entre los tres países como medio de frenar los "sueños heroicos" de los geopolíticos brasileños.

Un frente que podría proporcionar a los demás países una alternativa progresista: la integración con liberación, la formación de la Patria Grande de los Latinoamericanos. Un proceso de integración fraterno y justo, sin países líderes ni propósitos hegemónicos. La antítesis de la integración-anexión protagonizada por Brasil con el apoyo de los "centros exteriores de poder" y de las empresas transnacionales.

Y escribíamos entonces:

"Todos los demás países de América del Sur, actualmente amenazados por los planes geopolíticos de los militares de derecha que dominan Brasil, tendrán una alternativa progresista: incorporarse al bloque nacionalista-popular-revolucionario.

"El propio Brasil podrá ser beneficiado por la nueva situación. Inicialmente será colocado ante una alternativa drástica: mantener su actual política expansionista, su papel de representante imperial, de base de operaciones del capitalismo mundial (con lo que quedaría aislado y se volvería blanco del odio de todo el continente), o cambiar totalmente su orientación, adoptando también una política progresista, adhiriendo al grupo latinoamericano. Es obvio que esa última hipótesis representaría una enorme aceleración en el proceso de liberación continental y en la formación de la Patria Grande".

Sin embargo, la hipótesis progresista no se concretaría. El 11 de setiembre de 1973, un brutal golpe de Estado protagonizado por los militares de derecha chilenos, financiado e instrumentado por la CIA, por la I.T.T. y por los servicios de inteligencia brasileños, derrocaría al gobierno de Unidad Popular. Chile se tomaría otro satélite de Brasil.

El 19 de julio del año siguiente, la muerte se llevaría a Perón, sumergiendo a la Argentina en la peor crisis de su historia. Entre los muchos efectos del total desgobierno que siguió, se destacaría la práctica ausencia argentina en el ámbito internacional. Ella se hacía sentir especialmente en la Cuenca del Plata, donde la presencia argentina es decisiva para el equilibrio regional.

Durante el gobierno de Isabel Perón, el Itamaratí quedó prácticamente de manos libres para actuar. La "ausencia" argentina fue factor preponderante en la "ocupación" de los tres "chicos" por Brasil.

Quedó evidenciada entonces la enorme importancia que tiene la Argentina en el Cono Sur. Importancia que durante más de un siglo fue decisiva en la manutención del equilibrio geopolítico en la región y en la propia manutención de la soberanía de Bolivia, Paraguay y Uruguay.

Importancia que se había manifestado en los últimos años en forma decisiva por la acción de dos presidentes: Alejandro A. Lanusse y Juan D. Perón.

El general Lanusse, en una fulminante ofensiva, liquidó prácticamente, en pocos meses, la estrategia yanqui-brasileña de las "fronteras ideológicas", dejando medianamente claros sus propósitos hegemónicos.

Perón, al firmar con el Uruguay el tratado sobre los límites en el Río de la Plata, puso término a un conflicto secular, que siempre había sido intensamente capitalizado por Brasil.

El tratado constituye además un ejemplo de cómo deben desarrollarse las relaciones entre pueblos hermanos, independientemente de su tamaño y poder: en términos igualitarios y sin propósitos hegemónicos.

El Tratado del Plata es la propia antítesis del Tratado de Itaipú, impuesto por Brasil al Paraguay, uno de los más colonialistas de la historia de los pueblos. Y constituía una muestra del tipo de integración con que soñaba Perón desde 1952, cuando intentó la constitución -como primer paso de la Patria Grande del ABC (el bloque Argentina, Brasil y Chile) y profetizaba: "El año 2000 nos encontrará unidos o dominados".

La Argentina volvió a tener una real presencia en el exterior después del 24 de marzo de 1976. Ese reingreso diplomático se verificaría sin embargo en condiciones muy difíciles. Por un lado, la amplia, profunda y grave crisis -estructural y coyuntural- interna debilita la acción externa. Por otro, había que enfrentar una situación de extremado desequilibrio obtenida por Brasil.

El Itamaratí había aprovechado en forma muy efectiva -dentro de su secular tradición-- la ausencia argentina para consolidar su hegemonía sobre los demás países del Cono Sur. Actúa con base en una audaz política de hechos consumados (como en Itaipú) y trata de establecer un verdadero cerco a la Argentina, el primer paso para una pretendida satelización.

De la capacidad de la Argentina para superar la dramática crisis político-económica-social interna –condición  sine qua non para una política externa efectiva– va a depender mucho la evolución del destino de Sudamérica en los próximos años.

Un fracaso argentino significaría la consolidación de la victoria de los planes integracionistas-anexionistas de Brasil, el establecimiento de su hegemonía sobre todo el sub continente. Lo que, obviamente, dificultaría y postergaría por un período más o menos largo el proceso de liberación de nuestros pueblos y la formación de la Patria Grande.

Sin embargo, inclusive en la hipótesis de que eso ocurra, y que en consecuencia los militares de derecha brasileños consigan imponer su hegemonía sobre toda América del Sur, su victoria será efímera. Los proyectos expansionistas brasileños -ese imperialismo fuera de época y a contramano de la historia- serán finalmente derrotados por la acción de nuestros pueblos, inclusive el brasileño.

Los pueblos hispanoamericanos, a medida que tomen conciencia del proceso protagonizado por los militares brasileños (y esa toma de conciencia será tanto más rápida cuanto más ostensible y agresiva sea la presencia y la dominación allende las fronteras), se rebelarán en contra de ese absurdo "destino manifiesto" que (a ejemplo de sus colegas de la Alemania nazi y de Estados Unidos en relación a sus respectivos países) los geopolíticos brasileños atribuyen a Brasil.

Es necesario que ese proceso de concientización ocurra también en Brasil, que los sectores políticos y sociales progresistas, coherentes con su militancia anti imperialista, asuman su responsabilidad y su puesto de lucha en contra de los fanáticos que pretenden transformar nuestra patria en una potencia agresivamente imperialista.
Si este libro consigue contribuir mínimamente a la aceleración de ese inevitable proceso de concientización y consecuentemente a la derrota de los "sueños heroicos" de los militares de derecha brasileños, nos sentiremos totalmente realizados.

 

Buenos Aires, 31 de diciembre de 1977
P. R. S.

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109. Como asilado político y según las convenciones internacionales, el Gral. Spínola no puede salir del país. Sin embargo, vive viajando, con pasaporte concedido por el gobierno brasileño, a Europa. Recientemente fue expulsado de España y Francia.

110. Citado por Carlos Juan Moneta, "La política exterior de Brasil".

111. La expresión es gráfica: Rosas había efectivamente cerrado el Río de la Plata -con gruesas cadenas de hierro- a la entrada de barcos europeos, para proteger el desarrollo de la artesanía nacional.

112. 1901.

113. Citado por Harold F. Petersen, "La Argentina y los Estados Unidos".

114. En "Brasil e América".

115. Citada por Calman, obra mencionada.

116. Relatorio del Ministerio de Relaciones Exteriores, Anexo A, citado por Honoria Rodrigues, en "The Foundation af Brazil Foreign Policy", revista International affairs, july 1962.

117. A pesar de que la revolución tuvo el aparente apoyo norteamericano (se detecta especialmente una contribución financiera de la Bond and Share), su posición antiimperialista quedó clara desde el comienzo.

118. Abastecimiento de materias primas vitales, como minerales, caucho y alimentos y la cesión de las estratégicas bases aeronavales del Nordeste brasileño, que permitieron un "puente aéreo" hacia África, que anticipó en varios meses el propio fin de la guerra.

119. Citado en la Revista Brasileña de Política Internacional, mar. / jun. de 1970.

120. Artículo "The Sources of Soviet Conduce, en Foreign Affairs, julio 1947.

121. En "Geopolítica do Brasil", 1947.

122. Seguramente el más citado y menos conocido de los libros de geopolítica escrito en América latina. La editorial que lo divulgara en Hispanoamérica prestaría un relevante servicio a la causa de la denuncia del subimperialismo brasileño.

123. En la Parte 1 de este libro analizamos en detalle ese aspecto de las teorías de Golbery do Couto e Silva.

124. En Prospects on American Policy.

125. En Jornal do Brasil del 27 – 9 - 73.

126. Se explica esa política: EE.UU. ya no controlaba el organismo internacional; la presencia y actuación de Tercer Mundo pasaban a ser decisivas.

127. Considerando lo ocurrido en América latina desde entonces, especialmente la casi universalización de los regímenes militares en el continente y el auge expansionista yanqui-brasileño-transnacionales, se podría concluir que en ese particular Nixon fue un buen profeta. Su política latinoamericana sobrevivió inclusive al escándalo del siglo, a Watergate y a la desmoralizante derrota norteamericana en el Vietnam.

128. Desde la participación brasileña en la invasión de Santo Domingo, en el golpe que liquidó al gobierno popular del general Torres en Bolivia, en el golpe que derrocó al régimen popular de Salvador Allende en Chile, hasta los privilegios y garantías sin precedentes concedidos a las transnacionales establecidas en Brasil.

129. Entrevista de la revista Playboy, censurada en Brasil.

130. O Estado de S. Paulo del 4-1-77.

131. O Estado de S. Paulo del 11-1-77.

132. Por los documentos de las bibliotecas Lyndon Johnson y John F. Kennedy, recientemente liberados, queda absolutamente comprobada esa “paternidad".

133. Inclusive organismos oficiales confiesan el acelerado deterioro del poder adquisitivo del salario mínimo. La Revista de Administración de Empresas -de la Fundación Getúlio Vargas, el organismo encargado de calcular la renta nacional- concluyó que "mientras el producto real per cápita aumentó el 58% entre 1961 y 1973, el salario mínimo real disminuyó un 55 %".

En 1965, para comprar los alimentos considerados por ley como el "mínimo vital", un obrero no especializado -salario mínimo-- debería trabajar 262 horas al mes. En 1976 -después del "milagro"-, 546 horas y 33 minutos.

134. La Hanson's Latin American Letters, una publicación de hombres de negocios de Estados Unidos, comentando el Acuerdo de Garantía de Inversiones por el cual el régimen militar brasileño asegura "extraterritorialidad" a las empresas norteamericanas, comentaba: "... ningún gobierno sujeto a elecciones en Brasil podría permitirse firmar un tratado de garantía de" inversiones; solamente una dictadura militar podría hacerla".

135. Alcanza con citar algunos datos estadísticos para comprobar esta afirmación aparentemente sectaria. Inclusive organismos internacionales prestigiosos, que ya actuaban en el campo de los derechos humanos cuando el señor Jimmy Carter todavía plantaba maníes en Plains, Georgia, incurren en la misma limitación.

La acción de esos organismos -innegablemente importante- se restringe, sin embargo, a las violaciones de los derechos humanos protagonizadas por regímenes políticos más o menos represivos, o totalmente dictatoriales, especialmente en lo relativo a los presos políticos y a la práctica de las torturas.

No se denuncian las violaciones de los derechos humanos originadas en los sistemas sociales injustos vigentes especialmente en los países del Tercer Mundo y en el intercambio comercial entre los países capitalistas centrales y los subdesarrollados.

Esas violaciones son inmensurablemente más graves y más numerosas de que las primeras. Hablan los números:

a) según un reciente informe de Amnisty International, existen en Brasil en este momento cerca de 300 presos políticos;

b) según el informe de una CPI (Comisión Parlamentaria de Investigaciones) que investigó la situación del menor en Brasil, existen en el país diez millones de menores abandonados;

c) durante los 14 años de la dictadura brasileña, se calcula que deben haber muerto en el proceso de torturas o ejecutados sumariamente por la policía política u organismos militares, entre 400-500 militantes políticos; si sumamos a esos las víctimas de las matanzas protagonizadas por el Escuadrón de la Muerte (generalmente delincuentes comunes), el total podría llegar a los cinco mil;

d) según los últimos datos estadísticos oficiales disponibles, la mortalidad infantil (entre O y 1 año de edad) alcanza en Brasil al promedio nacional de 124,6/1000; en Rio Grande do Norte, llega a 216,3/1000; considerando el período de 0-5 años, el índice de mortalidad infantil en el Nordeste (donde viven 30 millones de brasileños) alcanza a 51,2 %, o sea, 1 de cada, 2 niños muere antes de salir de la primera infancia; en consecuencia, no menos de 500.000 niños mueren anualmente en Brasil; siete millones en los años de la Era Militar.

¿Cuáles los hechos más graves, más violatorios de las derechos humanos, los “a” y “c”, o los “b” y “d”?.

Si las organizaciones internacionales que actúan en el área de los derechos humanos quieren ser honestas consigo mismas, tienen que ampliar muchísimo el alcance de sus campañas.

136. Se confirma así de fuente insospechable, lo que denunciáramos sobre la actuación del General Carlos Alberto da Fontoura, embajador de Brasil en Lisboa, en el proceso de contrarrevolución verificado en Portugal.

137. Reproducidas en la III Parte de este libro.

138. Inclusive cuando Estados Unidos trata de liquidar esa situación colonialista, el régimen militar brasileño establece una nueva. Es por eso que afirmamos que el brasileño es un imperialismo fuera de época, a contramano de la historia.

139. O Globo del 3-5-77 y el Jornal do Brasil del 22-5-77.

140. Estrategia utilizada hace un siglo y medio por los tres "chicos" de la Cuenca del Plata -Bolivia, Paraguay y Uruguay- para mantener su independencia con base en el equilibrio entre los dos "grandes" -Brasil y Argentina.

141. Jornal do Brasil del 20-5-77.

142. Un ejemplo: el editorial transcripto en páginas 13 y 14 de este libro.

143. En la primera quincena de abril de 1977 tuvimos un ejemplo extremado de esa concentración de poder en pocas manos. Vimos al presidente Ernesto Geisel, actuando como "Asamblea Nacional Constituyente", alterar de propio puño y letra, aspectos fundamentales de la constitución del país.

144. Si consideramos la relación entre la deuda externa de un país y su P.B.I. un índice óptimo de su grado de dependencia, la del Paraguay en relación a Brasil constituirá seguramente un récord mundial. La inversión actual de Itaipú está calculada en 5,6 mil millones de dólares. Si se mantiene la inflación mundial actual, el costo final alcanzará en 1988 (cuando estuvieran concluidas las obras) los 8-10 mil millones de dólares. Como Brasil financiará totalmente la construcción -con recursos propios o de terceros-, la deuda paraguaya para con el poderoso y absorbente vecino será equivalente a su P.B.I. de cuatro o cinco años.

145. Los geopolíticos pretenden leer el futuro en las masas continentales; igual que los quirománticos en las líneas de las manos ... .

146. Obra citada.

147. "Proyección continental de Brasil", escrito en 1935.

148. Esa falsa ciencia que es la geopolítica, que se caracteriza por un determinismo estrecho, por groseras limitaciones de orden geográfico, tiene mucho de ocultismo, de fetichismo, de artes mágicas. Una de esas manifestaciones es el triángulo. Para Golbery el hecho de que Brasil sea un triángulo con el vértice para el sur tiene mucho que ver con su futuro glorioso. Esa manía de hacer triángulos sobre el mapa de su propio país es totalmente inofensiva, inocente, un simple hobby de tipos medio raros; lo malo es que los geopolíticos se ponen a hacer triangulitos también sobre el mapa de países vecinos y que algún régimen político -como el actual en Brasil- fundamente en ellos su estrategia continental.

149. La inestabilidad política es la característica principal y más constante en la historia de un siglo y medio de Bolivia independiente: no menos de 180 revoluciones y golpes se sucedieron a lo largo de ese período. Se podría atribuir al tutelaje brasileño el largo período de gobierno de Banzer, todo un récord en el país quechua y aymará.

150. Se anunció recientemente la instalación de tres sucursales más del Banco oficial brasileño en el Uruguay.

151. Ni siquiera la mano de obra será uruguaya.

152. "Geopolítica".

153. A pesar del natural sigilo que rodea a ese tipo de negocios, se sabe que Chile compró a Brasil, además de grandes cantidades de material bélico liviano, equipos de transporte y comunicaciones, por lo menos 20 aviones "Xavantes" (jets subsónicos), 30 carros de combate y un gran número de lanchas patrulleras, que estarían siendo utilizadas en los tumultuosos mares australes.

154. El excedente relativo de la población en las regiones del sur de Brasil, consecuencia de una política agraria que mantiene el latifundio improductivo y la muy baja densidad humana que se verifica en el lado paraguayo.

155. Mientras tanto, en Brasil y bajo la protección directa del régimen militar, extranjeros consiguen formar latifundios inmensos. El más famoso, el del ciudadano norteamericano Daniel Ludwig, tiene -según la Superintendencia de Desarrollo de la Amazonia- un área de 3.6540491 hectáreas, superior a la superficie de Bélgica u Holanda.

156. En 1960, el 56 % de los brasileños vivían en el campo y el 44 % en las ciudades y pueblos. El censo de 1970 acusa una situación exactamente inversa: 44/56.

157. Se recuerda a propósito que Petrobrás ya explota yacimientos de petróleo colombiano en la región del Alto Madalena; en los once primeros meses de 1977 la producción alcanzó a 3,8 millones de barriles.

158. Jornal do Brasil del 31-7-76.

159. Referencia a Brasilia, situada en el Planalto Central brasileño, o al propio Palacio del Planalto, sede del Poder Ejecutivo en Brasilia.

160. Existe una tendencia muy generalizada en el exterior a negar lo que periodistas, políticos y teóricos geopolíticos brasileños admiten sin ninguna preocupación: la existencia de un imperialismo brasileño.

161. O Estado de S. Paulo del 16-7-76.

162. En "América latina. Ahora o nunca".

163. Alcanza con leer el libro del general Golbery do Couto e Silva, actualmente una especie de biblia de la diplomacia brasileña, para concluir que sus tesis se originan exactamente en "la antigua geopolítica del Viejo Mundo", muy especialmente en la Escuela de Munich, que creó las bases teóricas del expansionismo protagonizado por Hitler.

164. Un detalle significativo del complejo de superioridad con que se maneja la diplomacia brasileña en el subcontinente: se pretendió en el caso no solamente "vender una idea" sino imponer un esquema ya plenamente acabado. A los demás países -según la convicción de Itamaratí- no les quedaría más alternativa que aceptarlo sin mayores discusiones.

165. Obra citada.

166. El comandado por el general Garastazú Médici, que consideraba al gobierno de Johannesburg como un aliado necesario para el control del Atlántico Sur.