Al llamado de Washington de que el mundo forme un frente común
contra el terrorismo se contrapone otra opción: un movimiento
mundial de oposición a la globalización. Samir Amin,
economista egipcio en cuyo currículum figuran cuatro décadas
radiografiando el imperialismo, critica a los líderes occidentales,
creadores, por su incomprensión, del islamismo político
que ahora los empavorece.
No es un frente unido contra el terrorismo lo que el mundo necesita.
Ese frente sólo generará más y más
terrorismo. La única manera de impedir actos violentos,
ciegos y desesperados es constituir un frente unido contra la
injusticia social internacional y contra la guerra, señala
Samir Amin.
Agrega: Ésa es la meta del movimiento mundial de oposición
a la globalización neoliberal. Su movilización es
un obstáculo para los planes hegemónicos de Estados
Unidos y lo convierte en blanco principal de esa llamada coalición
internacional contra el ‘terrorismo’. Hay que ser
lúcidos: esa cruzada contra el terrorismo encabezada por
George W. Bush es una coartada para acabar con ese movimiento.
Samir Amin parece burlarse del paso del tiempo y de sus 70 años.
Impresiona su dinamismo. Economista egipcio egresado de la Sorbona,
es autor o coautor de decenas de libros traducidos en numerosos
idiomas, 24 de los cuales están disponibles en español.
Considerado como uno de los más agudos analistas de las
problemáticas económicas y políticas del
Continente Africano y del desarrollo en el Tercer Mundo, Amin
lleva también cuatro décadas radiografiando el capitalismo
y el imperialismo, tema del ensayo de 300 páginas que se
apresta a publicar.
Pilar del movimiento internacional de oposición al neoliberalismo,
Amin -quien con la organización francesa Attac y distintos
movimientos brasileños impulsó la celebración
del Primer Foro Social Mundial de Porto Alegre- reconoce que su
vida es un tanto agitada: cuando no viaja por el mundo corriendo
de conferencias a cumbres, comparte su tiempo entre El Cairo,
su ciudad natal, Dakar (Senegal), sede del Foro Mundial de las
Alternativas y París.
Mientras hablamos, el teléfono suena más de una
vez. Amin guarda la calma. En realidad, solamente la pierde cuando
toca el tema de Estados Unidos, sobre todo el de la cruzada antiterrorista
de Bush y la forma en que los medios de comunicación occidentales
la reseñan.
Según estos medios, la aparición de movimientos
políticos que se reclaman del Islam sólo refleja
el atraso cultural y político de pueblos incapaces de entender
otro lenguaje que el de su oscurantismo atávico. Al igual
que los líderes occidentales, los analistas de esos medios
no ven, no quieren ver, que el surgimiento de esos movimientos
es en realidad la expresión de una revuelta violenta contra
los efectos destructivos del liberalismo y la modernidad inacabada,
truncada y engañosa que genera. Es una revuelta perfectamente
legítima contra un sistema que nada tiene qué ofrecer
a esos pueblos.
El terrorismo, la gran coartada
P. -Me extraña: usted parece justificar la violencia de
los fundamentalistas o los integristas islámicos…
S.A. -No justifico nada. Usted sabe
muy bien que he pasado mi vida oponiéndome a ellos. Contextualizo
el problema. Es distinto. Ahora bien, antes de seguir, hay un
punto que me urge aclarar: los términos integristas y fundamentalistas
son términos absolutamente erróneos manejados exclusivamente
por Occidente. En los países árabes nadie los usa,
porque el discurso islámico que pretende ofrecer una alternativa
a la modernidad capitalista no tiene fundamento teológico
alguno. Es meramente político. Es una manifestación
política del sentimiento religioso de los pueblos musulmanes.
Por eso hablamos de islamismo político y no de fundamentalismo
o integrismo.
Más grave: los occidentales, y en primer lugar Estados
Unidos, participaron activamente en la instrumentalización
de ese islamismo.
P. -¿Podría ser un poco más
explícito?.
S.A. -El Islam político es
producto del fracaso de dos grandes corrientes que fueron muy
activas en el tercer mundo, en particular Asia y África,
durante buena parte del siglo XX… No me gusta el término
fracaso. Sería más exacto hablar de imposibilidad
de rebasar ciertos límites.
P. -¿Cuáles eran esas corrientes?.
S.A. -Por un lado, la de la burguesía
liberal. Se trataba de una burguesía modernista, no muy
democrática, convencida de que podía integrarse
a la globalización capitalista, que no nació ayer,
y que pensaba poder hacerlo negociando los términos de
esa integración en el marco de una cierta interdependencia.
Acariciaba la ilusión de no tener que obedecer como simple
agente de la colonización. No lo logró. Y tuvo que
someterse a la voluntad imperialista.
La segunda corriente es lo que llamo el ‘nacionalismo populista’,
cuya primera manifestación fue, a mi juicio, la Revolución
Mexicana. Esa corriente se oponía al imperialismo y a la
burguesía local. No era forzosamente socialista en el sentido
soviético de la palabra, pero su ideología tenía
un fuerte contenido social.
En los países árabes esa corriente se manifestó
mediante el naserismo en Egipto, el baasismo en Irak y Siria,
el régimen de Boumediene en Argelia, etcétera…
Tampoco esa corriente prosperó. No fracasó del todo
porque generó grandes transformaciones en las sociedades,
pero no logró su cometido. El hecho de que se agotaran
esas dos corrientes concomitantes y sucesivas, a menudo antagónicas,
creó un gran vacío que el islamismo no tardó
en llenar.
P. -¿Cuáles eran las relaciones
de esas corrientes con el Islam?.
S.A. -En los Estados dirigidos por
la burguesía liberal o el nacionalismo populista, los gobiernos
desconfiaban del Islam. No se trataba de Estados laicos, el Islam
figuraba en la Constitución como religión de Estado,
pero los gobernantes lo apartaban de la política. Cuando
sus respectivos proyectos se colapsaron, el islamismo tomó
la revancha. Manipuló en forma bastante burda el sentido
religioso de amplias capas de la población y empezó
a adquirir cada vez más audiencia.
Ese fenómeno se agudizó en los 20 últimos
años, con la irrupción brutal del neoliberalismo,
que acabó con todos los beneficios que las capas inferiores
de la burguesía mediana habían podido sacar del
nacional populismo. Ésas son las razones ‘internas’
del surgimiento del islamismo político en los países
árabes y musulmanes. Pero no hay que subestimar el papel
que jugó la intervención externa. La influencia
estadounidense.
P. -¿Es decir?.
S.A. -Desde su nacimiento, el islamismo
político se enmarcó perfectamente bien en el plan
del hegemonismo estadounidense. No cuestionaba el capitalismo,
hoy no cuestiona el neoliberalismo. En su discurso no critica
la globalización económica, sólo ataca la
cultural. No analiza las contradicciones sociales ni pretende
luchar contra ellas. Encierra a la gente en el comunitarismo,
la sumisión y la pasividad.
P. -Usted quiere decir que Estados Unidos asistió complacido
al surgimiento del islamismo político.
S.A. -No se limitó a eso.
En cuanto percibió las primicias de ese islamismo, Estados
Unidos entró en el juego y empezó a sacar provecho
del asunto. Una vez más hay que volver a la historia. En
1955 se celebró la Conferencia de Bandung, un acontecimiento
importantísimo que afirmaba la solidaridad antiimperialista
de los pueblos de Asia y África. Eso provocó pánico
en Washington. Tres años después se creó
el Congreso Islámico Mundial.
P. -¿Quién lo creó?.
S.A. -Arabia Saudita y Pakistán
financiaron todo. Pero detrás de ellos se encontraba Estados
Unidos. Cuando se enteró de eso, Nasser se enfureció.
Todavía lo recuerdo gritando: ¿Qué es ese
Congreso Islámico Mundial?. ¿Quién lo necesita
si ya tenemos la Conferencia de Bandung?. ¡Es un golpe de
los norteamericanos!. Nasser no dijo es un golpe de los paquistaníes
o de los sauditas. Dijo de los norteamericanos. Entendió
de inmediato que Washington buscaba romper la unidad y la solidaridad
asiático-africana…
P. -Por eso, al principio usted hablaba
de la instrumentalización del islamismo por Estados Unidos.
S.A. -Por supuesto. Lleva 40 años
en eso. Lo sé de sobra. Lo experimenté. Cada vez
que nosotros, los adversarios del islamismo político, nos
hemos lanzado en su contra, nos topamos con los occidentales,
sobre todo con los estadounidenses. A lo largo de las últimas
décadas, Occidente en general, y esencialmente Estados
Unidos, han estado apoyando ese islamismo. Movilizaron millones
de dólares para hacerlo. Gracias a la ayuda de Estados
Unidos, de sus aliados de Arabia Saudita y de los Emiratos Árabes,
el islamismo político pudo dotarse de escuelas y centros
médicos y de ayuda a los más desfavorecidos, lo
que le permiten contar ahora con una importante base social. ¿Quiere
un ejemplo entre miles? ¿A su juicio quién recibe
el 90% de la ayuda que Washington otorga a Egipto? Pues las organizaciones
islamitas de ese país…
P. -¿Aun ahora?.
S.A. -Aun ahora.
P. -Pero no pasa un día sin que las
autoridades norteamericanas denuncien a esas organizaciones caritativas
islámicas como peligrosos caldos de cultivo del terrorismo…
S.A. -Todo eso es mentira, hipocresía
pura. En las últimas décadas Estados Unidos apoyó
financieramente, ya sea directamente, ya sea mediante Arabia Saudita
y los Emiratos, a miles de islamitas. Los protegió diplomática
y políticamente. Los entrenó. Los organizó.
Los formó para ser terroristas. Por supuesto, no para ser
terroristas contra Estados Unidos, sino contra la izquierda de
los países árabes y contra los regímenes
moderados de estos países.
¿Cuál es el objetivo del terrorismo en Egipto?.
Debilitar al gobierno de Mubarak, del que disto de ser partidario,
y obligarlo a arrodillarse más ante Estados Unidos e Israel.
¿Cuál es el objetivo del terrorismo en Argelia?.
Impedir la cristalización de una fuerza democrática
que podría ser una auténtica alternativa a la dictadura
corrompida de los generales del ex-FLN (Frente de Liberación
Nacional). El principal apoyo que reciben los grupos islamitas
armados argelinos viene de Estados Unidos.
¿Usted recuerda el primer atentado contra el World Trade
Center en 1993?. Entre los acusados se encontraban egipcios que
habían logrado obtener su residencia en 48 horas. ¡Un
récord!. Lograron escapar de los servicios de inteligencia
estadounidenses y regresaron a Egipto. La policía los detuvo
en el aeropuerto y los devolvió a Estados Unidos. Un poco
más tarde, la prensa egipcia publicó la carta que
había enviado el jefe de la policía a las autoridades
estadounidenses. En sustancia, esa carta decía: ‘Les
devolvemos a sus agentes, que habíamos identificado como
terroristas desde hace tiempo. Les pertenecen. A ustedes les toca
juzgarlos’. ¡Más claro no canta un gallo!.
Repito: desde la creación del Congreso Islámico
Mundial, Estados Unidos no ha dejado de apoyar al islamismo político,
ya sea abiertamente, ya sea a través de la CIA. Es un hecho
comprobado. Allí está la historia de Osama Bin Laden.
Es arquetípica. Washington no actuó de esa forma
solamente en el marco de la Guerra Fría, como lo afirman
quienes buscan minimizar la responsabilidad norteamericana en
ese asunto.
P. -No se puede negar que hasta el derrumbe
de la Unión Soviética esa dimensión de la
Guerra Fría tuvo su importancia en la estrategia estadounidense.
S.A. -No lo niego, pero fue sólo
una dimensión del problema. Al instrumentalizar el islamismo,
Estados Unidos buscó contrarrestar cualquier movimiento
de liberación nacional, pero también cualquier gobierno
burgués liberal y, por supuesto, nacional populista. Hay
que recalcar esa complicidad que existe desde hace décadas
entre el imperialismo estadounidense y el islamismo político
ultrarreaccionario.
Fines ocultos
P. -¿Cómo explica entonces
los atentados del 11 de septiembre?.
S.A. -Mientras no tengamos los documentos
desclasificados de la CIA -¿los tendremos algún
día?- es imposible explicarlos. Sólo podemos hacer
hipótesis. Fíjese, en numerosos países árabes
y de África se maneja, tanto en la clase política
e intelectual como en la prensa seria, no la amarillista, una
tesis que es absolutamente tabú en Occidente: la de un
posible papel de la CIA o del Mossad (servicios de inteligencia
israelí) en ese asunto. ¡Cuidado!. No se sugiere
que uno de esos servicios secretos organizó los atentados,
pero que quizá, de una forma u otra, estaba al tanto de
que algo se preparaba, sin medir la naturaleza, la amplitud y
las terribles consecuencias de ese algo, y que decidió
no intervenir… Hay otra tesis, tabú también
en Occidente, que alude a una posible complicidad estadounidense,
ya sea en los servicios de inteligencia, ya sea en el aparato
militar de Estados Unidos…
P. -Si menciona esas tesis es que no las
descarta del todo, que no le parecen tan descabelladas…
S.A. -Me dejan pensativo. Estados
Unidos tiene una estrategia hegemónica sistemática.
Primero define metas geoestratégicas y después se
las arregla para encontrar una situación que le permita
echar a andar su proyecto. Recuerde lo que pasó justo antes
de la Guerra del Golfo. Sadam Hussein habló con la embajadora
de Estados Unidos y le dijo que ya no podía más
con Kuwait, que le robaba su petróleo. Le anunció
que se aprestaba a invadir militarmente a ese país. La
embajadora le pidió 48 horas. Dos días después
volvieron a hablar. La embajadora explicó a Hussein que
ningún tratado de ayuda mutua ligaba a Estados Unidos y
Kuwait. Hussein supuso que la embajadora había consultado
con Washington e invadió Kuwait. Cayó en la trampa.
P.-Entonces usted no descarta alguna maquinación…
S.A. -Finalmente, ¿qué
importancia tiene que descarte o no una u otra hipótesis?.
¿Quién sabe quién está detrás
de los atentados del 11 de septiembre?. El hecho es que Estados
Unidos tomó de inmediato esa oportunidad para lanzarse
a la guerra de Asia Central.
P. -¿Quiere decir de Afganistán?.
S.A. -No. No me equivoqué.
Es adrede que digo guerra de Asia Central. En los últimos
10 años, destacados expertos estadounidenses han publicado
un sinnúmero de libros e informes para explicar que Estados
Unidos debe tomar el control de la Asia Central exsoviética
y del Cáucaso. Según algunos, resulta imperativo
hacerlo para apoderarse del petróleo y del gas del Mar
Caspio. Para otros, entre ellos muchos militares, implantarse
en forma duradera en el corazón de Eurasia es clave porque
permitirá a Estados Unidos atenazar a tres países
importantes: Rusia, China e India. Los dos últimos, y quizá
mañana Rusia, si logra salir del caos en el que se encuentra,
tienen la capacidad de resistirse a la globalización trasnacional
que Washington pretende imponer en el planeta. Eso obstaculiza
los planes estadounidenses.
Controlar el petróleo y el gas de Asia Central no es sólo
rentable económicamente, puede resultar un arma de presión
poderosa. China e India necesitan esos energéticos, dependen
cada vez más de ellos. Si se muestran demasiado recalcitrantes
o independientes, Washington cerrará las llaves del gas
y del petróleo… Al consolidar su implantación
en la región, Estados Unidos podrá, además,
sembrar cizaña entre China y Rusia o India y China, para
evitar un eventual acercamiento estratégico entre esos
países.
P. -Esa presencia estadounidense en Eurasia
parece inquietar mucho a Irán…
S.A. -Le sobran razones a Irán
para angustiarse, porque se siente cercado. Una vez instalado
en Asia Central, Estados Unidos podrá también acorralar
aún más a Irak y presionar más a Siria y
Egipto. Esa perspectiva llena de satisfacción a Israel.
El imperialismo colectivo
P. -En su libro "El hegemonismo de
Estados Unidos y el desvanecimiento del proyecto europeo",
publicado hace dos años en Francia y el año pasado
en España, usted explica que, con la Guerra del Golfo,
Estados Unidos inauguró una tercera fase de conquista imperialista
del planeta…
S.A. -La primera se dio en los siglos
XVII y XVIII, con la conquista de América y la trata de
negros. La segunda se desarrolló en el siglo XIX, con la
conquista de África y Asia. Después hubo una contraofensiva
de los pueblos: independencia americana, revolución de
los esclavos haitianos, grandes movimientos de liberación
nacional en Asia y África… Ahora estamos entrando
en la tercera fase, a la que defino como el imperialismo colectivo
de la tríada.
P. -¿Estados Unidos, Europa y Japón?.
S.A. -Exactamente. Hoy va imponiendo
su ley el capital trasnacional y multinacional estadounidense,
europeo y japonés, que a veces puede tener divergencias
mercantiles, pero que comparte intereses comunes frente al Sur.
Ese imperialismo de la tríada necesita una punta de lanza
para seguir imponiéndose: es el papel que asume el hegemonismo
estadounidense. Sin la fuerza militar de Estados Unidos, el imperialismo
de la tríada no puede avanzar. Traté brevemente
el asunto en el libro que usted menciona y es el tema central
del que acabo de terminar.
P. -¿Podría sintetizar su
tesis?.
S.A. -El periodo que siguió
a la Segunda Guerra Mundial (1945-1980) se caracterizó
por la hegemonía de la izquierda. Eso se debió tanto
a la doble derrota del fascismo y del viejo colonialismo como
a la victoria de la Unión Soviética. Se crearon
sistemas de regulación social: el welfare state en el mundo
occidental, el sistema soviético y las distintas variantes
nacional-populistas en el Sur. Ese capítulo de la historia
ya se acabó. Las fuerzas que animaron esa etapa se erosionaron.
Su ocaso creó las condiciones para una ofensiva de la derecha.
El momento histórico que vivimos hoy es el del hegemonismo
de la derecha, una derecha brutal que moviliza todos los medios
políticos y militares a su alcance para imponer un nuevo
orden económico y social.
Samir Amin reflexiona unos segundos.
Ciertamente, eso no es nuevo. Ya se dieron casos similares en
la historia. Los últimos en intentar imponer con la fuerza
sus proyectos de ‘nuevo orden’ fueron la Alemania
de Hitler y el Japón imperial. Se toparon con la resistencia
de los pueblos y con otros imperialismos que aspiraban a la hegemonía.
Después de la Segunda Guerra Mundial, la existencia misma
de la URSS obligó a Estados Unidos a limitar sus ambiciones.
Lo que resulta nuevo y sumamente peligroso hoy es que Estados
Unidos, que domina la tríada, considera que ya no debe
rendir cuentas a nadie.
De una pila de libros saca “El choque de las civilizaciones”,
de Samuel Huntington. Es un libro muy revelador, dice mientras
lo hojea.
La tesis de este hombre, que no es un universitario independiente,
sino un funcionario al servicio del stablishment estadounidense,
me recuerda “Mi lucha”, de Hitler…
P. -¿Lo oí bien?
S.A. -Sí. Me oyó bien.
Recurrir al racismo es ahora el medio que el bloque de la tríada
imperialista decidió usar para consolidarse: los civilizados
están amenazados por los bárbaros (todos los pueblos
de Asia y África, y quizá potencialmente los rusos).
En ese sentido, la temática de “El choque de las
civilizaciones” me hace pensar en “Mi lucha”.
En ambos casos se acude a la misma lógica trivial: los
pueblos superiores (ayer los nazis, hoy los estadounidenses y
los europeos) tienen el derecho de someter a los pueblos salvajes
a su dictadura. Los pueblos superiores sólo pueden seguir
gozando sus modos de vida privando a los demás de cualquier
esperanza de compartir sus ventajas. Es la lógica simple
de un racismo fundamental que se expresa con toda la vulgaridad
de la que son capaces Bush o Silvio Berlusconi. “Mi lucha”
también fue un libro trivial y vulgar. De allí sacó
gran parte de su fuerza.
P. -Es una comparación violenta.
S.A. -No es mi comparación
la que es violenta, sino el contenido de ese libro y la ideología
republicana estadounidense, compartida o tolerada por los europeos,
que son violentos. Para lograr su cometido, los dirigentes del
bloque occidental piensan que no basta ese llamado descarado al
racismo. Consideran, además, que es urgente amordazar los
movimientos sociales y políticos de resistencia que se
van consolidando en el seno mismo del Occidente civilizado. La
lucha contra el terrorismo les dio un pretexto de oro para hacerlo.
Ya se asiste al renacimiento del macartismo en Estados Unidos.
Y en Europa las medidas muy antidemocráticas tomadas contra
el terrorismo pronto van a revertirse contra la oposición
al modelo neoliberal. Se empieza a satanizar a la corriente antiglobalización.
Se hacen amalgamas perversas entre la violencia de los enfrentamientos
entre manifestantes antiglobalización y policías
y los operativos terroristas… Berlusconi es un experto en
ese campo. Pero no es el único.
P. -Me imagino que el tema será ampliamente
debatido en el Segundo Foro Social Mundial, que empezará
a finales de enero en Porto Alegre.
S.A. -Por supuesto. La estrategia
de construcción de un frente internacional de los pueblos
contra el proyecto de la tríada y el hegemonismo norteamericano
exige que el combate sea sistemático, a la vez contra el
liberalismo económico y contra la guerra. Para nosotros
resulta evidente que la globalización neoliberal y la militarización
de esa forma de globalización se han vuelto inseparables.
No se puede luchar solamente contra una u otra dimensión
del liberalismo económico en los centros del sistema (Estados
Unidos o Europa) y pasar por alto las intervenciones militares
en las periferias. Esas intervenciones no responden a una lógica
independiente; por el contrario, son parte integrante del despliegue
de la economía liberal.
Samir Amin
www.izquierdayfuturo.org
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